3.7.11

Color caballo, 2


Geórgicas, III, 72-94



Igual se selecciona el ganado caballar:
tú al menos procura todas tus atenciones
a aquellos que decidas ya desde potrillos
aparearlos para perpetuar la estirpe.
El potro, si es de casta generosa, bracea
con garbo y pasea altivo por el campo.
Es el primero es en echarse a caminar
y desafiar los ríos llenos de amenazas
y en encomendarse a puentes desconocidos,
y tampoco se espanta con estrépitos vacíos.
Tiene el cuello tieso y la cabeza fina,
el vientre escaso y la grupa regordida,
y enseña altanero los músculos del pecho.
Son buenos los castaños, aparte de los bayos,
y es el peor color el blanco y el ruano.
Si suenan armas lejos no sabe estarse quieto,
le tiemblan las patas y sacude las orejas,
y piafando arroja por los ollares fuego.
Espesa es la crin y al sacudirla cae
por cima del brazuelo; un doble espinazo
le corre por los lomos, y escarba la tierra
y en el casco suena grave el cuerno duro.
Pues así era Cílaro, domado con las riendas
de Pollux Amicleo, y así eran, de cuantos
celebraron los poetas griegos, los dos caballos
de Marte y los del carro del grandioso Aquiles.
Y así era el raudo Saturno, que al encuentro
de su esposa la crin desparramaba encima
del cuello de caballo, y que en su huida
con un relincho agudo llenó el alto Pelión.

1.7.11

Los cuerpos de las madres


Geórgicas, III, 49-72

Tanto el que a criar caballos se dedica,
cegado por los premios de la palma olímpica,
como quien cría fuertes novillos de arado,
escoja con esmero los cuerpos de las madres.
Son de torva mirada las vacas mejor hechas
y tienen la cabeza fea y mucho cuello,
y del morro a las patas les cuelga la badana.
La lomera es larga y desproporcionada:
todo lo tienen grande, incluidas las pezuñas,
las orejas peludas bajo la cuerna vuelta.
No me disgustaría si luce manchas blancas,
o la que se resiste alguna vez al yugo
y tira gañafones con estampa de toro,
y la que al andar toda engallada barre
sus huellas con la punta de la cola. La edad
de pasar por Lucina y los apareamientos
que sean menester, antes de los diez años
termina y empieza más allá de los cuatro.
Fuera de ese tiempo no valen para criar
ni tienen fuerzas para tirar de los arados.
Ese tiempo, que es lo que dura en el rebaño
la fértil juventud, dales suelta a los machos;
llévale el primero a Venus los ganados,
compensa las camadas sacando unas de otras.
Los primeros que huyen son los mejores días,
vienen males y penas y la triste vejez,
y arrebata el rigor de una muerte despiadada.
Reses habrá contino que prefieras cambiar,
Pues renueva contino, y no echarás en falta
las que hayas quitado si te adelantas y escoges
las crías cada año por el bien de la vacada.
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