23.12.05
Silencio
La persona que murió envuelta en llamas y apaleada en un cajero de Barcelona no tenía bastante con ser mendiga ni con morir a manos de tres bestias salvajes con aspecto de seres humanos. Faltaba la puntilla. Faltaba pregonar por todas las televisiones y periódicos su nombre y apellidos, su trayectoria profesional, su carácter, su familia perdida y los motivos que la llevaron al infierno. Faltaba cebarse con el ángel caído, elogiar a todos los que la quisieron ayudar, exculpar a todos los que la abandonaron, dar una idea exacta de sus circunstancias y dejar flotando un juicio moral asqueroso, casi tanto como las alegaciones de quienes defienden en los juzgados a esas hienas con zapatillas de marca. Llegará un momento escandaloso en que alguien establezca una causalidad ética que nos recuerde que quien mal anda mal acaba, que nos insinúe que quien juega con fuego se termina quemando, y esa moralina no estará referida a las jóvenes serpientes ni a las familias que las criaron, sino a esa mujer a quien sus familiares, en un acto de buena voluntad, han dicho que un día de estos irán a enterrarla.
La intimidad se puede violar de muchas formas. Quizá la más obscena de todas sea violar la intimidad de los muertos. Todos los que vivimos en grandes ciudades hemos conocido casos de gente que traspasó la raya y deambula por un bosque calcinado sin saber cómo volver, sin saber siquiera cómo desear el regreso. Sabemos que son personas difíciles, que más allá de la frontera ya no hay escrúpulos ni componendas. El único daño que nos hacen es ensuciar el portal de un cajero y recordarnos que una gran ciudad es un lugar implacable. La noticia nos interesa para saber que por la calle hay monstruos jóvenes y perfumados, nos interesaría incluso para que los Ayuntamientos se ocupasen de estos perdedores trastornados por la velocidad de su caída, los lleven a un sitio caliente y los protejan de las serpientes. La noticia es la serpiente. Lo otro ha sucedido siempre, y lo único que podemos hacer para ser respetuosos con su dignidad perdida es no cacarearla. Las víctimas deberían tener derecho al mismo silencio al que han sido condenadas.
Me has dejado sin palabras, en silencio reflexivo......
ResponderEliminarY sigo en ello.....
Pensaba felicitarte... quizás mañana pinte mejor....
Egonauta