14.5.06
Apaño
Cuando es seducida nuevamente por el señorito Santa Cruz y abandonada con las mismas razones bastardas de siempre, Fortunata queda, por así decir, al cabo de la calle, y entonces aparece un personaje genial, un hombre de sesenta y nueve años que la protege y la mantiene y, como en el transcurso de su aventura se hace viejo, acaba encaminándole los pasos con sabiduría de buen padre.
Don Evaristo Feijoo es un militar retirado al que la vida le ha ido bien. Es pulcro y distinguido, discreto y bondadoso, culto y socarrón. Que un viejo de sesenta y nueve tenga una entretenida de veintipocos era, entonces y ahora, una fea cuestión moral, y sin embargo ese hombre es –de momento, porque no hay consejo que doblegue al destino– lo mejor que le ha podido pasar a Fortunata. El lector respira en estas páginas como si Galdós se hubiera propuesto un interludio amable poco antes del largo y tormentoso final, pero también respira porque la situación que se plantea tiene bastantes puntos de envidiable. Es cuando Galdós aprovecha para darnos, en boca de don Evaristo, sus opiniones sobre la institución del matrimonio, que recomiendo a quienes crean que han inventado la modernidad en materia social o sentimental.
La paz no dura mucho y al deslumbramiento del sentido común le sigue la conciencia de la vejez y esos primeros mordiscos de la muerte que los humanos nunca tomamos por lo que verdaderamente significan. Es domingo luminoso y desde mi estudio veo los tejados del “palacio sin arquitectura” donde don Evaristo tenía sus habitaciones (que por cierto es el mismo donde vivía Becky del Páramo en La flor de mi secreto). Casi me da pena, antes de darme una vuelta por el Rastro, leer las páginas finales de su actuación. Me consolaré curioseando libros con las manos en la espalda, practicando un poco para que cuando me llegue la vejez sea ya del todo capaz de vivir dentro de las novelas, no fuera. Hombre, no es que quiera yo entonces que me caiga en la cabeza una Fortunata, quita, quita, sino tomarme la muerte y la vida como se las toma don Evaristo, nada más.
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