5.5.06

Ciprés


El célebre ciprés de Silos es una hermosa pajarera. Sedientos de sombra, los vencejos chillan y revolotean por el claustro y se cobijan en las ramas cavernosas del “enhiesto surtidor”, una de las metáforas más feas de la historia de la literatura. Mientras el guía da unas cuantas explicaciones monótonas sobre los motivos de los capiteles, me doy cuenta de que no es posible ver el final del árbol desde el interior del claustro. Haría falta, en aquella época, salir al huerto y mirar al cielo. En el recogimiento del paseo vespertino sólo se ven los nudos de la base, ramitas que se hicieron troncos, y una espesura de ramas carnosas, una de las cuales, a unos diez metros de la zoca, se ha salido de la vertical. Es una rama descolgada, como si le hubieran roto el nervio que la mantenía tiesa y recogida en el huso que forman las otras. Es la rama caída, el tributo a Lucifer, que sí se ve desde las arcadas. Dentro de la uniforme vida contemplativa del fraile hay una ligera perturbación, la rama que se sale, algo que desgobierna el orden sagrado, o que, como en las reglas, incluidas las monásticas, lo confirma.
Un claustro es un castillo que defiende a sus moradores de los peligros del mundo. La religión ha hecho pasar por pecado lo que no era más que fuente de preocupaciones. La putada es vivir fuera, no dentro. La putada empieza en la punta del ciprés que no se ve, aquella para la que se necesita no mirar las paredes del claustro, la que causa el vértigo del cielo. Ellos se conforman con ver cómo las raíces del ciprés sobresalen por encima de la tierra como si quisieran arrancarse , como si la misma solidez y el mismo arraigo diesen la impresión de aspirar al vacío. Es entonces cuando levantas la vista y ves la rama que cuelga, y prefieres meditar sobre ella que pensar más en la punta.
Al salir de la visita, escucho mientras viajo canto gregoriano, a ver si puedo estirar un rato ese sosiego. El canto me relaja, pero en mi cabeza siguen sonando los chillidos de los vencejos, lo poco que costaría, escuchándolos cada tarde durante muchos años, saber lo que dicen cuando se recogen en el árbol. Igual tenían la entrada donde la rama caída. Vaya por Dios, en eso no me fijé.

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