14.6.06

Huevo


Una gallina puso un huevo. Era un huevo muy hermoso de dos yemas, un huevo de esos que parecen tener una costura en el centro de la cáscara, como si hubiesen empalmado dos huevos pequeños. Era un señor huevo, un huevazo termolúdico, una pasada de huevo. Hubo que utilizar gomas para cerrar la huevera de cartón porque si no los huevos la reventaban.
La gallina, muy afligida, dejó el huevo con su sello de palomino en el gallinero de un paisano que, con todos los papeles en regla, lo vendió a un mayorista de huevos. El huevo viajó, primero, en la furgoneta del paisano, y luego estuvo expuesto en un gran pabellón de abastos, junto a otros dos millones de huevos, hasta que un tendero lo compró para venderlo en la huevería de la familia.
Por esta huevería pasó un joven licenciado en filosofía que se alimentaba de tortillas de patatas y vivía en un habitáculo un pelín más grande que el ponedero donde la gallina puso el huevo. El joven temía por su hígado y por su futuro. Mientras hacía cola, miraba el huevo, origen y destino de su existencia filosófica, y escuchaba la radio, donde decían que el país se hunde, que caminamos de cabeza hacia el abismo. Pero el huevo seguía fresco y perfecto, como su amor a la filosofía. Su perfección oval era brillante y las ondas agoreras no lo perturbaban. La realidad verdadera, la verdad del huevo y del tomate, la realidad de la tortilla de patatas, seguía en su sitio, y sin embargo había otra realidad virtual, incompatible con el huevo, de permanente irritación y miedo, de constantes agravios y venganzas, de intolerables ultrajes y riesgos de conflicto, un juego de palabras que cargaba el ambiente y sofocaba las lechugas. Y pensó en que la realidad retórica se había apoderado de la realidad de la huevería, pero no del huevo.
El joven pagó y se guardó los huevos. En ese momento el huevero apagó la radio, se oyó un tumulto de pasos precipitados y de tenderas que avisaban a gritos a sus vecinas de puesto. Los guardias entraron en el mercado, formaron un cordón y dejaron vía libre a un candidato sonriente, un individuo irreal, de tan visto, que había ido a estar con el pueblo y preguntar, cuando lo enfocase la televisión, el precio de los huevos.

3 comentarios:

  1. Qué genialidad. No dejo de maravillarme cada vez que caigo por este blog, pero de todos los artículos que he leído hasta ahora, este, creo, es mi favorito.

    Un saludo.

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  2. Anónimo8:35 a. m.

    Un verdadero placer empezar el día con una lectura de un texto tan elegante.

    Nono.

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  3. Anónimo12:13 a. m.

    Difiero, menudo rollo.

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