15.10.06

Síntoma


Los clientes asiduos de Iberlibro (nunca han funcionado mejor las librerías de viejo) echamos de menos que las librerías pequeñas mantengan títulos viejos o ediciones útiles y raras. Dicen que no tienen espacio. Una buena piedra de toque consiste en mirar cómo van de griegos y romanos. Salvo por la colección Gredos, que ya veremos cómo funciona con RBA, las librerías madrileñas están muy mal dotadas. Miessner siempre guardó casi completa la Bibliotheca Loeb, pero ahora es muy difícil encontrar algún rincón bien surtido de textos clásicos de la editorial Bosh, por no hablar de las colecciones del CSIC o incluso de las ediciones escolares de Gredos. Ahora se reeditan los clásicos del Intituto de Estudios Políticos, en edición dura, carísima y tampoco demasiado bella; pero incluso estos es difícil encontrarlos.
No ocurre lo mismo en algunas librerías de provincias. Otros viajeros miden la simpatía de los camareros o el firme de las carreteras, y yo busco en la sección grecolatina de las librerías generales. Para empezar, dice mucho de una librería la delicadeza de sacar fondos antiguos de una disciplina que se cultiva como una flor exótica. Y dice mucho de una ciudad de provincias que se mantenga suficiente público como para que los clásicos conserven un par de metros de estantería. Suele ocurrir en ciudades pequeñas con facultades universitarias. La librería Cervantes de Salamanca sigue siendo una delicia, aunque no está tan bien surtida como hace algunos años. La librería Ojanguren de Oviedo guarda suministro para una hora larga de curiosidad. Y aún hay otras que por lo menos mantienen los libros obligatorios de la facultad, como la Casa del Libro de Valencia, que, sin embargo, últimamente reorganizó el sótano y desparecieron muchos textos anotados, y ya no puedes encontrar la espléndida Primera antología griega de Adrados y Fernández Galiano.
Pero, al margen de eso, siempre me sorprende la constancia con que aparecen los clásicos en librerías como la Paradiso de Gijón o la también Cervantes de Oviedo, donde acabo de comprar una Antología Griega del Bachiller del año 1960, publicado entonces por la Bibliotheca Comillensis en la editorial Sal Terrae de Santander. Es una delicia melancólica de impresión, con una tipografía griega como la que utiliza Einaudi en Italia o las Editiones Helveticae, mucho más hermosa, a mi modo de ver, que las cursivas de Oxford, Teubner o Loeb, y ese sabor a hule y a goma de borrar de los textos escolares antiguos. Las ilustraciones están grabadas en tintas de colores desleídos, y entre sus muchas virtudes está la de incluir una nutrida representación del Diálogo de los muertos de Luciano. El método, la antología y las anotaciones están muy bien pensadas, y algunas dicen más de lo que parecen decir. Por lo demás, algunos ejercicios suenan como los poemas de Ramond Queneau, y en las fábulas y las anécdotas históricas siempre se siente la mano que mece la linotipia.
Si tuviese que cambiar de ciudad, uno de los criterios sería sin duda la posibilidad de encontrar libros como este sin recurrir a internet. Por alguna razón que en su día explicará la teoría del caos, las ciudades donde sí pueden encontrarse son más paseables que las otras. Será por eso por lo que me cuesta tanto encontrarlos en Madrid.

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