El domingo, pues, empezará la redacción de Una flor de hierro. Me tranquiliza el convencimiento de que, en las dos ocasiones anteriores, el día antes de empezar estaba en las mismas que ahora, y la cosa salió adelante. Otra cosa es el subtítulo, tan importante, que hasta ahora fue, en el periódico, Folletín romántico por entregas, y que ahora debería llamarse Folletín modernista por entregas, si no sonase tan mal. No. Seguirá siendo romántico porque en las tres novelas cierto tipo de romanticismo es el vínculo de unión. En principio lo pensé como una tetralogía, cada una con una estación del año, lo que quiere decir que al año que viene debería ser una novela otoñal, con este calor.
Lo único seguro es que este año va a ser primaveral y modernista, y todo, los personajes, los paisajes y las peripecias, ojalá el cuento entero, pueda ser, con toda la ironía que se quiera, calificado de primaveral y modernista. Me excita la idea de tratar con un material que a la mínima degenera en cursi. Sí quisiera ensayar un lenguaje modernista, pero ahí quizá cobre sentido lo que he ido pensando a través de los Materiales modernistas: quisiera que, estéticamente, fuera una síntesis de Sorolla y Zuloaga, una mezcla de Solana y Rusiñol.
Todo eso, además, para que lo lean los jubilados de mi barrio durante el mes de agosto, y lo entiendan todo y les haga cierta gracia. Ellos son mis jueces, mis lectores espirituales. Nadie me apeará de la idea de que si alguna vez escribo una pieza verdaderamente buena será porque ellos también la entienden y la saborean.
Pomona me guía. Será una novela llena de frutas y hortalizas. Pero será una Pomona en ciernes, una Pomona reventona. Las casas estarán llenas de flores, y cuando hable un personaje detrás de él habrá un búcaro azul. Hay algo de desmelenado, de desvergonzado en el cascabeleo modernista que me sigue cautivando. Otra cosa es cuando ese cascabeleo se ha constituido en un fin en sí mismo, y no como la parte musical de la decoración. Por ejemplo, hay un capítulo, todavía no sé cuál, en el que se celebra una velada wagneriana en la sede de la Liga Tradicionalista de Teruel, y tan solo, en principio, por escribir wagnerianamente ya tendría sentido. Otra cosa es que ese sea el único sentido, y entonces practicamos el umbralismo, no la novela. Por cierto, útil el libro sobre el wagnerianismo de Valle que escribió cuando aún le funcionaba el motor de la luz, tampoco hace tantos años.
En fin, wagas ideas. Antes tengo que escribir, mañana, aunque lo colgaré como aperitivo del folletín, un encargo de lo más estimulante: una melopea. (Oye, ¿y qué tal Melopea modernista?). En fin, termino esta dubitativa entrada preguntándome si Materiales modernistas no sería el título más cabal.
La imagen es la del ex−libris del marqués de Loscos, dibujo de Juan Carlos Navarro sobre mi propia firma.
Lo único seguro es que este año va a ser primaveral y modernista, y todo, los personajes, los paisajes y las peripecias, ojalá el cuento entero, pueda ser, con toda la ironía que se quiera, calificado de primaveral y modernista. Me excita la idea de tratar con un material que a la mínima degenera en cursi. Sí quisiera ensayar un lenguaje modernista, pero ahí quizá cobre sentido lo que he ido pensando a través de los Materiales modernistas: quisiera que, estéticamente, fuera una síntesis de Sorolla y Zuloaga, una mezcla de Solana y Rusiñol.
Todo eso, además, para que lo lean los jubilados de mi barrio durante el mes de agosto, y lo entiendan todo y les haga cierta gracia. Ellos son mis jueces, mis lectores espirituales. Nadie me apeará de la idea de que si alguna vez escribo una pieza verdaderamente buena será porque ellos también la entienden y la saborean.
Pomona me guía. Será una novela llena de frutas y hortalizas. Pero será una Pomona en ciernes, una Pomona reventona. Las casas estarán llenas de flores, y cuando hable un personaje detrás de él habrá un búcaro azul. Hay algo de desmelenado, de desvergonzado en el cascabeleo modernista que me sigue cautivando. Otra cosa es cuando ese cascabeleo se ha constituido en un fin en sí mismo, y no como la parte musical de la decoración. Por ejemplo, hay un capítulo, todavía no sé cuál, en el que se celebra una velada wagneriana en la sede de la Liga Tradicionalista de Teruel, y tan solo, en principio, por escribir wagnerianamente ya tendría sentido. Otra cosa es que ese sea el único sentido, y entonces practicamos el umbralismo, no la novela. Por cierto, útil el libro sobre el wagnerianismo de Valle que escribió cuando aún le funcionaba el motor de la luz, tampoco hace tantos años.
En fin, wagas ideas. Antes tengo que escribir, mañana, aunque lo colgaré como aperitivo del folletín, un encargo de lo más estimulante: una melopea. (Oye, ¿y qué tal Melopea modernista?). En fin, termino esta dubitativa entrada preguntándome si Materiales modernistas no sería el título más cabal.
La imagen es la del ex−libris del marqués de Loscos, dibujo de Juan Carlos Navarro sobre mi propia firma.
A mí el título Materiales modernistas me gusta mucho, aunque yo ya me había imaginado que eso se publicaba algún día en una bonita edición, como un librito de ensayos a lo Baroja, unas reflexiones sobre el cómo... Esos artículos que usted escribió con ese título.
ResponderEliminarAunque para el folletín no sési está bien. Si se me ocurre algo para el folletín se lo digo.
Estupendo. Soy todo oídos.
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