13.1.08

EXPIACIÓN 2


Cada vez que voy a ver una buena película, espero hasta la mañana siguiente para saber si me ha gustado o no. Si me despierto con el cerebro empapado de sus escenas, si mientras pongo el café me vienen a la memoria secuencias y diálogos, es señal de que me ha gustado de verdad, es decir, que no sólo le ha gustado al consumidor de cultura sino al aficionado al cine.
Expiación, la película basada en la novela de Ian McEwan (y que ya elogiamos aquí en su momento, porque es buenísima) me ha dejado, la verdad, un poco frío. Es como si me hubiesen escamoteado una historia en aras del mangoneo visual. Cada vez que se anuncia un brit, una película inglesa de época, me froto las manos y ya voy al cine como iban antiguamente las señoras, a ver trajes, peinados, campiñas y muebles. El atrezzo inglés y la indeclinable calidad de sus actores ya es un fin en sí mismo, del mismo modo que pueda serlo leer novelas de Anthony Powell o Evelyn Waugh. Lo que uno buscaba en Howards End, en Carrington, en Lo que queda del día o en alguna de las múltiples versiones de mi adorada Jane Austen no era tanto placer dramático como relajación estética. Estar dos horas metido en una casa inglesa, con la maestría de los cineastas ingleses, es uno de esos placeres definitivos a los que uno no querría renunciar.
Y así, en esa unción mobiliaria y textil, me pasé la primera hora de Expiación, si bien me molestaba un poco que hubiesen quemado tanto la película, igual que me molestan en arte todas las ayudas innecesarias y demasiado facilonas. Pero luego, de pronto, cuando la luz empieza a ser más mortecina, comienza un largo videoclip apocalíptico que se merendaba cualquier desarrollo narrativo, el mismo desarrollo que, con un argumento que cabe en media página, había disfrutado hasta entonces, bien es verdad que con la mano de visera para protegerme de la luz.
Pero esto es lo que hay. Toda la hondura de la novela queda en manos de los vistosos dramas secundarios. Cuando uno se dispone a disfrutar de aquella espléndida catarsis, las imágenes coloreadas te llevan a toda prisa hasta el final. Claro que, como relato de un placer truncado, desde luego que está conseguido, pero el placer que tenían que truncar era el de los personajes, no el mío.

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