2.9.08

UN HOMBRE EN LA OSCURIDAD

Paul Auster ha tenido siempre predilección por los personajes náufragos y las manos tendidas. Brooklin Follies es quizá el compendio más acabado de esta estética solidaria, de confianza entre vecinos, de parientes que se juntan para darse calor. Un hombre en la oscuridad sigue por ese camino, con el pesimismo de fondo que todavía late en las imágenes del 11-S y un compromiso político mucho más nítido que nunca. Es como si Auster pintase con tonos bélicos apocalípticos las próximas elecciones norteamericanas, quizá las primeras en las que las opciones incluyen la posibilidad de que nadie se muera por ser pobre, o que nadie quede sin educación por haber nacido en un barrio concreto. La lectura puede ser poética o siniestra. Puede ser la gran batalla que a partir de ahora libra en las urnas Estados Unidos, la de suturar las dentelladas neocón, o bien puede que Auster no sea tan ingenuo y piense que ni con una catarsis como la de la Guerra de Secesión se podría conseguir algo tan sencillo como una Sanidad Pública en condiciones.
Algún tiempo después de leerla, es este compromiso explícito la impresión más clara que guardo de la novela. Es curioso que haya pasado de la abstracción política de Leviatán a mensajes tan concretos como el de Un hombre en la oscuridad. Allí era un personaje trágico que se inmola en una idea radical de la libertad, pero aquí es un enfermo, una familia doliente, un escritor sin ganas, una mala pesadilla. Si esta novela que acaba de publicar es tan buena como dice su promoción, es con aquella obra maestra con la que hay que compararla.
Pero sería una comparación difícil. Leviatán es una novela, un gran relato autónomo, una historia en la que las partes discursivas no escamotean las narrativas sino que profundizan en ellas y las engrandecen. En Un hombre en la oscuridad da la impresión de que la idea inicial se acaba justo cuando más exigente se vuelve para el autor. Los sueños se acaban en lo más interesante, y eso es muy realista, y quizá también lo sea dar luego una larga explicación del sueño, o sustituirlo por la realidad de la vigilia, pero al final uno tiene la sensación de que es Auster el que no ha querido explotar hasta el final el hermoso cuento de historia ficción, y de paso asumir la responsabilidad narrativa que implica trabajar con un par de tópicos tan universales como las historias que sólo son un sueño y el personaje que necesita matar a su autor. Todo eso está brillantemente planteado, pero Auster deja de narrar y discursea. A la posibilidad de una novela difícil y apasionante le sigue un final de oficio, un resumen del contenido. Los personajes mueren y ya sólo se nos da relación de lo que hicieron, pero no los vemos hacer igual que vimos al inverosímil personaje al que ya nos habíamos creído.
Auster es muy brillante, y esta segunda parte se lee incluso con más entrega que la primera, pero las dimensiones no casan. Sería un majestuoso final para una larga novela, del mismo modo que la primera es un majestuoso principio para una ficción pura. ¿Se cansa el escritor personaje o se cansa el escritor autor? ¿Era el cansancio lo que quería transmitir?
A Auster no se le puede reprochar nada. Este tipo de novelas de recurso, de narraciones de oficio, de libertades de veterano forma parte del work in progress del escritor, pero desde luego no es uno de sus grandes libros. A lo mejor es que no tenía ganas de embarcarse en otro país de las últimas cosas, ni tampoco de narrar todo lo que al final precipitadamente cuenta. Pero incluso páginas tan poco sustantivas para la narración como la interpretación de películas se convierten en pasajes interesantísimos, tanto que deja de importarnos que tengan poca o mucha relación con lo que se está contando, como suele suceder con este hombre, y es uno de sus encantos. Por cierto, que en uno de esos pasajes el narrador habla de la necesidad de contar a través de los objetos, es decir, de la necesidad de narrar. Está tan bien explicado que cuando uno ve que la novela se acelera en la relación de acontecimientos, en contar sin que aparezcan los objetos, sin narrar, piensa si no es otra nota más de pesimismo que quería incluir Auster, o por lo menos su personaje, el escritor que escribe.

3 comentarios:

  1. De Paul Auster sólo he leído "La noche del oráculo". Una especie de jungla de relatos dentro de otros relatos.

    La lectura de tu magnifico comentario sobre algunas obras de este autor me obliga a tomar nota de dichos títulos.

    Me alegro de volver a contactar con tus escritos y espero que el próximo curso te sea feliz y llevadero. Un afectuoso saludo

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Luis Antonio. Me acordé de ti estos días atrás, de paso por Aliaga, donde tomé unas fotos de la central (adoro las ruinas) que ya te pasaré. Por cierto, que vi la hoja de firmas contra el consejero... Nos leemos.

    ResponderEliminar
  3. Yo estuve en Aliaga hasta el 23 de agosto. Me habría gustado coincidir contigo. En cuanto a las firmas, me invitaron a participar, pero no quise hacerlo. Creo en el diálogo y no en las descalificaciones. Un cordial saludo y que no me entere que vas a Aliaga sin decírmelo. Un abrazo

    ResponderEliminar