22.11.08

Bisonte

Qué hermosura de artículo nos regaló Evaristo Torres el domingo pasado. Qué emocionante la escueta mención de las calamidades que pasaron nuestros emigrantes de los años sesenta, aquella Operación Bisonte que se fue a hacer las Américas, y qué valiente declaración de sentimientos infantiles, esos que cuando somos mayores tendemos a cubrir de dignidad mal entendida, a ocultarlos como si por no merecerlos pudiéramos no haberlos sentido. No, la extrema dignidad está en los nombres y en los apellidos, en el mugriento callejón francés y en el césped señorial del Canadá, en los pantalones de tergal y en la televisión barata. La epopeya del emigrante no sólo consiste en cruzar el océano, sino en llegar a una ribera donde no es querido, salvo para aquellos pocos que ya siempre serán sus amigos. Para sentir lo que fue aquello no hay nada más emocionante que nombrar las cosas por su nombre.
Y eso, la claridad como deber, el corazón abierto es lo que más me gusta siempre de los artículos de Evaristo. Es un palo difícil de tocar: consiste en ir quitando todo aquello que nos disimula, que nos acicala, que nos niega. “Yo nunca llevé a nadie a mi casa. Nos daba vergüenza”, dice Evaristo, de cuando estuvo en Canadá. Pues sí, así son las cosas para un emigrante, concentrado en no mirar el sentimiento de inferioridad con que le abofetean cuando sale de casa por las mañanas, cuando cruza un puente y nadie lo ve. Y eso por no hablar de los parientes que volvían al pueblo y ya no eran los que habían sido sino los franceses, los alemanes, los del Canadá, que engrandecían sus vidas y entusiasmaban a los niños con cifras enormes y hablaban con aplomo de aventureros que han visto ya las maravillas del mundo. Incluso cogían de distinta forma el cigarrillo, y no llevaban pantalones de tergal. Y se defendían de la posibilidad de que en el pueblo donde nacieron también se les tratase como algo distinto, ajeno, extranjero.
Ha sido muy audaz el Ayuntamiento de Villarquemado al programar estas jornadas sobre la emigración, al invitar a las familias que pasaron la odisea y al llevar allí también a inmigrantes de nuestro tiempo, a que hablaran desde el otro lado del espejo. Entre tanto sarao retórico y tanto sentimiento protocolario, Villarquemado nos brinda una lección práctica de memoria histórica, y Evaristo Torres otra perla de sinceridad.



Diario de Teruel, 21 de noviembre de 2008



El impuesto de los pobres
Por Evaristo Torres Olivas

Los días 10, 11 y 12 de este mes, mi pueblo, Villarquemado, rindió homenaje a los que dejaron su tierra en busca de un futuro mejor. Tras las huellas de la Operación Bisonte (1957-2008). Reflexiones sobre la migración en Aragón. Bajo ese título, se han celebrado en Teruel y Villarquemado, conferencias, proyecciones audiovisuales y una mesa redonda. Como emigrante e hijo de emigrantes, estas jornadas me han servido para rememorar la historia de mi pueblo, de mi familia y la mía.
Bajo diversas denominaciones - Operación Bisonte, Operación Alce, Operación Marta- a finales de los cincuenta, varios cientos de españoles, hombres y mujeres jóvenes, abandonaron su país para emigrar a Canadá. En la primera de ellas, La Operación Bisonte, en el mes de mayo del 1957, 14 parejas de la provincia de Teruel, de las cuales 6 eran de mi pueblo, Villarquemado, partieron a Montreal, en la provincia francófona de Québec. A mi padre lo rechazaron en el reconocimiento: se había roto un brazo siendo niño y tenía un leve defecto en el codo.
La España de la posguerra, el Régimen autárquico que mataba de hambre a los españoles pobres; la Dictadura, que como dijo en su conferencia el profesor Antonio Cazorla, de la Universidad Trent de Toronto, hizo pagar a los pobres un impuesto muy elevado: el de la emigración.
Mi padre, al ser rechazado par ir a Canadá emigró a Francia. Y unos años más tarde, en el 61, mi madre y yo nos reunimos con él. En París, en el distrito 19. En un mísero callejón de la rue de Flandre. Nuestra casa durante cinco años: una habitación de apenas 15 metros cuadrados. Para ir al baño había que salir a la calle y dirigirse a unos váteres colectivos. Mi padre trabajaba en la cadena de la Citroën y mi madre limpiando en una óptica, en una floristería y en tres casas particulares. Como en casa no teníamos duchas, mi madre me llevaba a las casas en las que trabajaba y me duchaba allí.
Mis amigos de París se llamaban Amid, Ali, Ouali, Paolo, Carmela, Eusebio y Antonio. No había ningún François ni ninguna Colette. Amid-al que mis padres llamaban el morico- era mi amigo inseparable. Juntos robábamos caramelos en la pastelería y juntos intentábamos acercarnos a las francesitas en el parque Buttes Chaumond, él con el seudónimo de Alain y yo de Jean Claude. Pero nuestras pintas nos delataban y éramos rechazados una y otra vez. En el colegio, para el resto de mis compañeros de clase, yo no era Evaristo sino un español de mierda. No conservo un mal recuerdo de los profesores, especialmente de Mademoiselle Moreauc y de Madame Michèle. Los fines de curso no los soportaba: se hacía una fiesta en la que se entregaban premios y a la que asistían los padres. Los míos nunca venían porque no podían perder un día de trabajo. Tampoco soportaba los pantalones de tergal y las camisas blancas con las que me vestía mi madre, cuando los franchutes se ponían vaqueros Levi Strauss y camisas de flores. Del París de mi infancia recuerdo los paseos de los domingos, las señoras de Pigalle recostadas en las esquinas y a las que mis padres llamaban “las del bolsico” y una patada que le di a un bolsa mugrienta que resultó estar llena de monedas con las que al día siguiente mi padre, mi madre y yo nos compramos un par de zapatos cada uno en la zapatería André. También recuerdo a la dueña de la floristería que limpiaba mi madre todos los jueves, una señora mayor que empinaba el codo y que me compraba pasteles y libros de Tintín y de Pif Poche. En julio, terminado el curso escolar, viajaba a Villarquemado desde París con el tío Eugenio o con Carmen la Zapatera. Los veranos en el pueblo suponían el reencuentro con los abuelos, los tíos y los primos. La trilla, el campo, los tirachinas y los pájaros en las barderas. Y la Primera Comunión, en pleno mes de agosto, aprovechando las vacaciones de mis padres. El único niño que comulgó, vestido con los odiosos pantalones de Tergal, la camisa blanca y una chaqueta de cuadros.
En el 67, emigramos a Canadá desde París. Allí residían mi tío Florencio y mi tía María, dos integrantes de la Operación Bisonte, mis tíos Antonio, Jesús y María y mis primos Vicente, José Antonio y Emilia. También estaban unos primos de mi padre, Juan y Ramona y sus hijos Javier y Juan Carlos. El cambio fue espectacular. Nuestra casa ya no era una habitación en un callejón mugriento sino un piso con cocina, salón, dos habitaciones y un baño. Y televisión. Todo era verde y había parques inmensos por todas partes. En el colegio me adapté rápidamente porque asistí a la misma clase que José Antonio y Emilia que ya llevaban un año en Montréal y cuidaron al primo que no tenía ni idea de inglés. Vivíamos en un bloque de apartamentos, rodeados de chalets de gente acomodada. Mi bloque era mayoritariamente de francófonos pero yo asistía a un colegio católico inglés. Al regresar a casa por las tardes, era agredido todos los días por unos energúmenos de un colegio protestante, que me odiaban por extranjero y por católico. En algunas ocasiones me invitaban algunos compañeros de colegio a sus casas. Yo no concebía que se pudieran tener casas así: jardín con piscina, sótano, garaje, alfombras de un palmo de grosor y dos o tres televisiones en color. Me invitaban a comer pizza, hamburguesas y pollo Kentucky. Yo nunca llevé a nadie a mi casa. Me daba vergüenza. Teníamos lo imprescindible: cuatro muebles, ninguna alfombra y una televisión Philco en blanco y negro del año de la polca. En mi casa no se comían ni pizzas ni hamburguesas sino judías, lentejas, garbanzos y pollo guisado; y los domingos, paella. Nunca salimos de Montréal y nunca tuvimos coche. España estaba siempre en el corazón y en las conversaciones. El regreso era inminente. Mis padres tardaron trece años en regresar. Otros nunca lo hicieron y unos cuantos nunca lo harán. En Canadá viven mis primos y muchos paisanos de Villarquemado. Allí está enterrado mi tío Florencio y mi abuela Rosina, una mujer que nunca había salido de Villarquemado y ya muy mayor, los hijos la llevaron a Montréal para que pasara sus últimos años con ellos.
Todas estas cosas recordé cuando en el cine de mi pueblo escuché, en representación de todos los emigrantes e hijos de emigrantes, a Anacleto Esteban, Ángel Fombuena, Daniel Mora, Emilia Paricio y Michel Martínez. Y me emocioné con las palabras de Juana Locic, una rumana que vive en Villarquemado y que dejó familia, casa y paisajes de su infancia para buscar una vida mejor en España.
Quiero terminar recordando a cada una de las 14 parejas que en mayo de 1957, abandonaron Teruel para irse a un país desconocido, al otro lado del mar. Y un recuerdo muy especial para los de mi pueblo: Valentina Sanz y Alfredo Coedo, Elvira Sánchez y Álvaro Iritia, Armonía Esteban y Tomás Montoro, Concepción Fombuena e Isaac Pérez, Úrsula Torres y Ramiro Sanz. Y mis tíos María Torres y Florencio Mora. Y para mi madre, Humildad Olivas, que murió dos días antes de que su pueblo le rindiera un homenaje junto a sus paisanos emigrantes. Todos ellos, con escasas excepciones, fueron obligados a pagar el impuesto de los pobres.


Diario de Teruel, 16 de noviembre de 2008

6 comentarios:

  1. Me gusta el nuevo formato de tu bitácora y la estructuración de los temas.

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  2. Anónimo12:15 p. m.

    Hola Antonio, creo que, para los que no pudimos leer el Diario de Teruel del domingo, "deberías" adjuntar el texto, al menos en este Blog, del Evaristo. Besos y abrazos.

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  3. Anónimo11:44 p. m.

    Muchas gracias Antonio. Ahora sí.

    Juan Carlos.


    Antes no firmé porque pensaba que, como otras veces, saldría mi nombre pero el ordenata me ha olvidado.

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  4. Qué maravilla. Emocionante.

    (Y nada, que seguimos sin darnos cuenta de que ahora somos los del otro bando. Nos olvidamos rápidamente.)

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  5. Anónimo11:16 p. m.

    También son muy buenas las fotos que ilustran la entrada.
    Son fotos sacadas desde un ultraligero que saliendo del aeródromo de Torremocha pasa "cerca de Villarquemado". Así las titula su autor, Fernando......

    Salud.

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