El nuevo disco de Bob Dylan, Together through life, que salió hace un par de días, pocos meses después del excelente Tell tale signs (el octavo volumen de sus series pirata), es música para cuando las sillas están ya encima de los veladores, cuando el camarero pasa la escoba mientras un pianista con el sombrero echado para atrás y un cigarro en los labios se entretiene acariciando viejas canciones. Es música de cuando a lo lejos suena una radio y ya se han ido los turistas, de cuando los músicos pasan el rato alcanzándose y dejándose llevar, respirando a fuego lento el humo que dejaron los espectadores entusiastas antes de volver a sus rutinas. Parece pensado para quienes necesitan dejarlo todo, o para quienes hace muchos años lo dejaron todo, y siguen tranquilamente por la carretera, y nunca miran atrás.
Soy, ocioso es decirlo, dylanita convencido, pero esta última parte de su carrera, entre fabulosos discos de estudio e impresionantes recopilaciones de piezas raras, me parece de un vigor hasta insultante, considerando los flojos caminos retroactivos de la música pop actual. Pero Dylan no refríe. Lo suyo, como en los poetas místicos, es buscar el trazo suficiente, el aullido estremecedor, los ecos amalgamados de un sentimiento que sabe decorar con música como ninguno. ¿Y cuál es ese sentimiento? Es una ráfaga de emoción, una penumbra cargada de ironía, un lamento que ayuda a seguir. Su despojamiento va paralelo a su perfección. Casi se huelen las humedades del traspatio, la grasa y la gasolina, casi se ve a la camarera cansada que se apoya en la barra y contempla cómo los músicos están entretenidos en una intimidad sin servilismos, tal y como les gusta vivir.
El disco, por lo demás, es como un lote de juegos reunidos: un disco, un póster tamaño vinilo, una entrevista perdida, una sesión de radio (los otros dos discos de su programa de radio son estupendos) y una pegatina. No es que Dylan ya se venda como un souvenir, sino que hace lo único razonable para los tiempos que corren: conseguir que un disco, además de una grabación, sea un objeto para decorar el tipo de intimidad que nos ofrece. Y lo mejor de todo es que no hay en ello nada de añorante ni revisionario. Es música reciente. Es pescado fresco para los próximos cincuenta años.
¿Hay alguien ahí? No veo movimiento desde abril y me preocupa. ¿No será que se ha ido a casa de Bob invitado a unas torrijas por su estupenda promoción?
ResponderEliminarDiga algo, don Antonio. Diga Dylan si quiere, pero diga algo.
Vaya, señor Ubé, muchas gracias por acordarse de este probe pelegrino. La verdad es que tengo el blog un poco (¿un poco?) abandonado. Abril será cruel, pero mayo es criminal, por lo menos para ciertas faenas. Ni siquiera cuelgo todas las bernardinas que voy publicando en el DDT. En fin, a ver si escampa. Salud.
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