19.9.09

Bastardos infames 1

Esta noche voy a ver Inglourious basterds, y mañana por la mañana, en estas mismas circunstancias, contaré qué tal me ha ido. Hoy prefiero hacerlo sobre un fenómeno que sucede ahora como mucho un par de veces al año, y que consiste en esperar con impaciencia un disco que sabes que te va a gustar, o una película que difícilmente te defraudará, o un libro cuya tinta te bebes antes de que se seque. Ya no acudimos a esas obras por puro espíritu fan ni con la mano en la cartuchera, dispuestos a ser implacables, sino con la mejor voluntad para recuperar algo de nosotros mismos que nos agrada y que no quisiéramos que se perdiese. Woody Allen, Bob Dylan o Paul Auster representan más o menos lo que quiero decir. O bien Víctor Erice (este en dosis bien escasas), Enrique Morente o Álvaro Pombo. Hay muchos más, es el juego de nombrar ternas de héroes según criterios diferentes: por lenguas, por épocas propias, por épocas ajenas.

Esto lo hacemos en condiciones normales, pero ha habido años en que dejé pasar la película de Allen, y otros en los que Auster me sonaba fácil y repetitivo. Fui a Sevilla a ver a Morente con Lagartija Nick y me llevé un chasco morrocotudo, las novelas de contrato que está escribiendo ahora Pombo con Planeta me parecen siempre más de lo mismo, las ideas de siempre pero más estiraceadas, como los jerseys viejos. Eso sí, buscar alguna decepción relacionada con Dylan ya me resulta más difícil, sobre todo en los últimos años. Lo de Erice ya es pretérito pluscuamperfecto.

Y Tarantino está entre todos esos artistas que de algún modo van decorando el pasillo. Pueden gustarte más o menos sus películas, pero ya se han convertido en hitos generacionales, espectáculos para gente que añora la destreza y la desvergüenza que había en los 90, o quizá solo su propia juventud. Yo era un veinteañero cuando se estrenó Reservoir Dogs, o un poco antes Miller’s Crossing o Barton Fink, de los Coen, o el mismo año, el 92, otro de los hitos mayores de mi vida como espectador, El sol del membrillo. En los primeros cinco años de la década no había un mes en que no se estrenara un par de películas interesantes. Y si te quedabas en casa veías Doctor en Alaska, o lo grababas para dar calor a la resaca del domingo. Paso el dedo por la lista de estrenos que van de 1992 (año de Reservoir dogs) a 1994 (año de Pulp fiction) y el inventario es impresionante: Glengarry Glen Ross, Léolo, Sin perdón, Una historia del Bronx, Lo que queda del día, Misterioso asesinato en Manhattan, Azul, Vidas cruzadas, Balas sobre Broadway, Maridos y mujeres, Clerks, In the soup, Ed Wood, Quiz Show, La vida de bohemia… Incluso en España se estrenaron en ese tiempo, aparte del peliculón de Erice, Vacas, Acción mutante, Días contados o Justino, un asesino de la tercera edad.

Y lo bueno de las películas que acabo de nombrar es que casi todas eran apuestas inteligentes y sencillas, muchas de ellas rodadas con lo puesto, y muy distintas entre sí, a pesar de lo cual todas tienen algo que ayuda a componer la imagen estética del cine que me gustaba durante aquellos años: se basaban sobre todo en espléndidos guiones, plagados de diálogos que a veces se comían teatralmente la película entera, eran imaginativas y surrealistas, retomaban géneros populares y los ponían al día, estaban atentas a las contradicciones de las democracias hiperinformadas o manufacturaban historias de siempre con un dominio de las formas exquisito, cuando no un humor bien afilado, y encima acudían a escritores como Carver, Mamet o Ishiguro, que desde luego también leíamos entonces en papel.

Este es, en fin, el principio generacional que me lleva a reverdecer el entusiasmo por un estreno de Quentin Tarantino, y eso que desde Pulp Fiction sólo me gusta -y mucho, casi más que las otras- Jackie Brown. Pero cuando se estrenaron los dos volúmenes de Kill Bill yo no tenía la sed cinematográfica que tengo ahora, harto de no salir contento de un cine. Espero inteligencia, que es lo que siempre justifica el cine de Tarantino. Espero buenos diálogos y un manejo deslumbrante de eso que los cinéfilos llaman el tempo narrativo. Espero sangre divertida, desactivada su obscenidad gracias al sentido del humor, al alejamiento, a la irrealidad. Espero ver un comic, “un chiste demasiado largo”, quizá, como dijo Woody Allen de Pulp Fiction, pero un chiste de humor inteligente.

Por cierto, que muy mal la traducción oficial de Inglourious basterds. Como para verla doblada.

1 comentario:

  1. Espero tu comentario para obrar en consecuencia, pero la verdad es que no "alucino" con Tarantino...

    Un cordial saludo, paisano

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