8.5.10

Por si algún peregrino, al llegar a esta piedra, pasó por alto visitar la página Me sé cosicas, he decidido colgar aquí sus dos últimas entradas, que, casualmente, hablan de mis folletines. A la vanidad de que un filólogo de cuerpo entero como Marcelino escribiera el artículo de Ágora se unen agora ciertas reflexiones que comparto como cánones poéticos. Me gustan estas ideas y, sobre todo, me gusta lo que hay detrás de estas ideas, la manera de ver el mundo y la literatura. Aunque no hablasen de mí.


A.C. o la dignidad del folletín
Marcelino Cortés

1.

En el número 8 de la revista Ágora que dirige Patxi Abadía y que hoy se presenta de la mano de Luis Alberto de Cuenca aparece un artículo que he compuesto sobre la obra folletinesca que a lo largo de estos últimos años ha emprendido en solitario nuestro compañero Antonio Castellote. Lleva el título disyuntivo-identificativo “Antonio Castellote o la dignidad del folletín” y lo podréis leer pinchando y buscando en este enlace.

El objetivo de este artículo no es otro que el de llamar la atención sobre una obra, la de Antonio Castellote, que ahora mismo es una de las propuestas narrativas más extraordinarias de las que se están cociendo en el panorama literario español.
Que alguien, por favor, me deje anotado en comentario a pie de entrada si conoce a algún escritor hodierno que se atreva a escribir una novela por entregas para aparecer al día siguiente en un periódico, es decir, componer una novela al decimonónico modo; si es así, que me diga también si el resultado es excelente y si el barniz literario queda uniforme y no muestra las trazas de la composición. Ya digo, que el lector deje anotado en los comentarios si conoce a algún escritor actual que se atreva a ejecutar estos volatines sobre el trapecio y sin red.
Las reflexiones que siguen a continuación son dos notas que tomé para exponerlas en la conclusión de este artículo de Ágora, pero que no cupieron por problemas de espacio.
En primer lugar, la posición especial que ocupa Antonio Castellote dentro del panorama literario actual no se deriva únicamente de atreverse con un género periclitado, humilde y de segunda categoría como es el folletín, tema que merecerá una próxima entrada. Antonio Castellote, además de ser un escritor en toda la extensión del término, es en sí mismo y en su producción escrita toda una Literatura. Por sus páginas fluye un universo propio y diferenciado y sus obras se sustentan en una Poética de la narración muy clara que yo comparto: que sean los acontecimientos los que guíen la narración y que el narrador se debilite hasta llegar a desaparecer.
En segundo lugar, de Antonio Castellote me gustaría destacar el talento descomunal para cincelar personajes. La prueba es que cuando uno acaba de leer los folletines es capaz de recordarlos perfectamente, los individualiza e incluso sería capaz de señalarlos con el dedo si se topara con ellos por las calles del Teruel actual o si pudiera retroceder al tiempo de la primera guerra carlista o al año 1885, “año de la muerte de Su Majestad Alfonso XII”. Además estos personajes están perfilados a contrapelo de lo que se estila en la novelística actual, en donde —como el propio autor subrayó en una de sus bernardinas— parece como si todos los personajes tuvieran que ser malas personas, bordes, protodelincuentes o protopsicópatas. Los folletines de Antonio Castellote están llenos de personajes “buenos” en el sentido machadiano del adjetivo. Es el caso, por ejemplo, del maestro Ramón Vargas que aparece en La enfermedad sospechosa.
Llegados a este punto, suspendemos la pluma dejando para otra ocasión el porqué de la dignificación del folletín.

2.

“La dignidad del folletín” es la segunda parte del enunciado-frase con que he titulado el artículo sobre Antonio Castellote aparecido en el número 8 de la revista “Ágora”. Este sintagma lo uní al nombre del escritor mediante la conjunción identificativa “o” para rendir un homenaje expreso a uno de los folletines más conocidos y exitosos del siglo XIX: María o la hija de un jornalero (1845-46), del castellonense Wenceslao Ayguals de Izco.
Posiblemente ahí radique uno de los lastres de la literatura española contemporánea: la endeblez y el raquitismo de la práctica del folletín en nuestras letras y su pronta estigmatización como literatura de segunda fila, como subproducto cultural de desharrapados y andrajosos, como “noveluchas” como las llama Castellote. Con escasas excepciones, los escritores patrios del XIX no supieron ver el potencial narrativo que permitía desplegar el folletín. Prefirieron quedarse en los arrabales del género censurando los aspectos temáticos y morales sobre los que tejía la narración. En consecuencia, muchos de los escritores de nuestro siglo XIX decidieron sestear en las aguas termales del cuadro de costumbres, género que no comprometía a nada y que permitía además aliviarse con una faena de aliño y sin cargar la suerte. A estas alturas nadie discute la tesis que Fernández Montesinos enunció en su tiempo respecto de la “influencia deletérea” que el cuadro de costumbres supuso para la novela moderna española.
Más tarde, cuando muchos de los costumbristas quisieron poner en marcha esos cuadros de costumbres y dotarlos de cierto movimiento narrativo, acusaron la falta de engrase de las técnicas empleadas por los folletineros, que serían lo que fueran —sus negros incluidos—, pero eran unos excelentes contadores de historias. A lo más que llegaron fue a escribir “novelitas de tesis”, tremendamente maniqueas en la articulación de los personajes, como le ocurre al primer Galdós. Los folletineros, sin embargo, habían redescubierto el truco de Cervantes: los personajes se construyen cuando se les pone en funcionamiento y se les expone a la vorágine de un mundo exterior tremendamente problemático, si no se escamotea y rehúye el conflicto. Ojalá hubiéramos tenido en nuestra literatura más Fernández y González y Ayguals de Izco y menos Mesonero Romanos y Estébanez Calderón.
Echo un vistazo literario a algunas de las novelas que son más gratas para mi memoria literaria y compruebo cómo muchas de ellas, efectivamente, han sido fecundadas por el folletín. Pongo por caso una de mis dilectas, La verdad sobre el caso Savolta, a la que recientemente me refería
en una entrada anterior, novela que funciona como un parteaguas en la narrativa de posguerra. Esta novela de Mendoza es un hito narrativo no por los informes y testamentos hológrafos con que da comienzo la obra, en cuyo caso no se hubiera distinguido de los tantos experimentos narrativos del momento, sino porque luego es capaz de reelaborar algunas de las marcas más reconocibles del folletín y trenzar una muy buena narración. La mejor novela contemporánea española se hizo moderna de la mano del folletín. Es el caso más reciente también de la exitosa La sombra del ángel de Ruiz Zafón, una novela con sus más y sus menos, pelín tramposilla, pero cuyo momento supremo para mí es cuando el señor Aldaya prohíbe los amores entre su hija Penélope y Julián basándose en el incesto.
Antonio Castellote viene dignificando el folletín no porque sus obras estén fecundadas por el género, sino porque su propósito literario es directamente ése: hacer un folletín, tanto en el método de escritura como en el resultado final. Antonio Castellote parte de un género humilde y, sin otras pretensiones que las de hacer una buena historia que se lea y se deje leer, acaba regalándonos unos excelentes relatos en donde el argumento está escanciado y administrado en las dosis apropiadas. Otros escritores, por el contrario, quieren hacer una novela para pasar a la posteridad y se limitan a parir un ratón narrativo.
Y cuando acabo de redactar estas impresiones y releo las líneas anteriores, resuenan en mi mente las palabras del Evangelio de Lucas cuando dice: “cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

1 comentario:

  1. Estoy totalmente de acuerdo. Leerte, Antonio, es un placer. En el sentido de dejarse ir, disfrutar del paseo, dejándose llevar por una corriente que fluye con (aparente, lo sé, lo sencillo suele ser lo más complicado) facilidad. Será porque Galdós es mi escritor favorito, pero me lo recuerdas mucho. Más de una vez, leyendo tus folletines, he pensado lo bien que te saldrían unos "Episodios Nacionales" actuales, estoy segura de que los bordarías...

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