Remedios Clérigues pasea por la escombrera. Va buscando trozos, residuos de hierro, alambres gruesos que sobraban de un encofrado, hermosas curvas perdidas de ferralla que sobresalen del cemento como los huesos en las fracturas. Las grandes y las pequeñas ecuaciones matemáticas de las alambradas quedan disueltas en la herrumbre, debajo de un aljezón. Remedios no se inspira en las máquinas que funcionan como queremos que funcionen. Sus esculturas se dedican a rehabilitar lo que no quiere nadie. Con el fleco de cuero perforado de un zapato vacío le enjareta una mantilla muy salada a una menina. La escultura es el viaje de lo uno hasta lo otro. En todos los casos, el arte dignifica. Son más dignos, tienen más historia los estropajos desgastados, los clavos torcidos.
A la puerta de su estudio hay una bailarina hecha con fragmentos de metralla corroída. Remedios Clérigues pasea por la escombrera de la historia. Patea las trincheras de la batalla de Teruel. En su estudio, que más que almacén de chatarra parece un depósito de pruebas judiciales (pruebas de crímenes que ya no interesan a nadie), abundan los jirones de bombas reventadas, hierros de dos centímetros de gordos que adquirieron la postura flexible de una corteza de árbol arrancada por las lluvias. Están los restos de la guerra, los tenedores que alimentaban a los muertos, los botones de sus guerreras. Y sobre todo metralla, hierros que ya eran inservibles cuando se los recicló para matar. Ahora Remedios Clérigues los recicla para dibujar el delicado talle de la bailarina, que se cimbrea y hace sonar sus pendientes cuando el aire de tormenta la menea.
En el estudio de Remedios Clérigues la artista trabaja al lado de un jardín. Hay un moral de moras blancas y un albaricoquero, y yerbas dejadas crecer en posturas interesantes, y piedras para poner los pies sin pisar las plantas y un emparrado valenciano pintado de añil. Remedios está soldando los brazos de un estilizado don Quijote. El Velázquez que está en un rincón del estudio lleva un tapacubos de paleta y muelles fofos en la peluca, y los bigotes son como tornillos derretidos. Cualquier ciudadano que sepa quién es Velázquez lo reconocería sin ninguna duda, pero también, con sólo ver las piernas, dos hierros sabiamente torcidos, o el faldón de la armadura que sacó de un tambor de lavadora, es inconfundible el elevado idealismo del Quijote, tan elegante como airado, tan clarividente como perturbado.
Remedios Clérigues pasea por las escombreras de los vivos y de los muertos. Sus colaboraciones con centros psiquiátricos, con hostales de transeúntes y otras salas de espera para desposeídos hacen con su vida lo mismo que ella hace con sus esculturas. Busca el arte en la gente, la abstracta pureza de quien no se sabe mentir a sí mismo. Remedios envolvió la fuente del Torico en retales que eran como un torbellino de colores antes de que empiecen a mezclarse. Su proyecto A todo trapo incluía forrar las ruinas del Comandante Aguado (que ahora va a ser Museo Etnográfico), con el colorido restallante de miles de retales y el trabajo coordinado de decenas de personas con problemas que los hacen sufrir. (Ese mismo edificio albergó a cientos de enfermos psiquiátricos en condiciones que ahora consideraríamos inhumanas. Hubo una jornada de puertas abiertas y en las columnas de las salas de curas podían leerse fragmentos enloquecidos, escritos sobre el yeso húmedo con clavos arrobinados).
Otras veces, cuando Remedios Clérigues pasea por las escombrera, se encuentra sus propias obras, hermosas instalaciones que algún ayuntamiento sin sangre en las venas había considerado una cosa de quince días, y no una obra de arte con que embellecer su pueblo. En otros, los ciudadanos gozaron de su presencia y luego los acogieron como parte de su memoria personal. Remedios no para de montar pollos para implicar a gente retenida, desactivada, y les remueve el entusiasmo como esas sopas de colores que hacía con los trapos. Sus manos están curtidas de recoger metralla, esmeradas de lavar chatarra, abiertas de coger cosas muy grandes. Con ellas gesticula para insistir en que el arte debe formar parte de la vida de la gente. Hay algo en nosotros que sólo se puede buscar entre los escombros, y al mismo tiempo encierra toda la belleza del mundo.
El aire de tormenta se ha parado, la bailarina deja de bailar. La bailarina casi ni se cimbrea. Caen sobre las losas del patio las primeras gotas gordas. Remedios está tratando de soldarle las barbas a don Quijote, dos cascotes que sirvieron para matar a alguien en el 37. Yo la veo caminar entre hierros de punta y usar aparatos eléctricos debajo de la lluvia y me da la impresión de que lo tiene todo controlado. Se sabe mover en las escombreras. Lo que a casi todos nos espanta, para ella tiene mucha utilidad, y casi ningún peligro.
Me gustan mucho tus comentarios, y tus retratos, me parecen muy acertados. Reme es un estímulo, no para y no deja parar, te hace pensar y actuar.
ResponderEliminarConocí a Reme hace muchos, muchos años. Estaba haciendo disfraces de gomaespuma, buenísimos, para un grupo de teatro de Teruel. Años después me maravilló con sus esculturas tiernas y tremendas, a la vez, de chatarra de la guerra. Telas, trapos, plásticos, basuras, fotocopias, pinturas fotofluorescentes, alambres, papeluchos, plazas del torico, edificios del museo, hospitales, manicomios... sola o en compañía, a lo largo de los años creo que ha sido una de las creadoras más activas en Teruel. Con principios férreos, manos de hierro y corazón tierno como el blandibú. Te gustará más o más todavía pero es imposible no quererla.
ResponderEliminarJCarlos Navarro.
ostras.... me quedo sin palabras.
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