Geórgicas, III, 179-208
Si te atrae la guerra y los fieros escuadrones
o dejarte rodar junto al pisano Alfeo
y en el bosque de Jove llevar carros que vuelan,
la primera faena del caballo es ver
las armas y los ánimos de quienes pelean
y soportar el ruido de un clarín de guerra
y aguantar la rueda que rechina al tirar della
y oír de los frenos, en las caballerizas,
el sonoro tintín; y entonces, más y más,
gozar de los piropos cariñosos del maestro
y amar ese sonido de palmadas en el cuello.
Que nada más salir del vientre
de la madre
se atreva ya con esto, y al
mismo tiempo
a los flojos cabestros arrime la
cabeza,
aunque esté indefenso y sea
asustadizo,
y aún no sepa nada de la vida.
En cambio,
con tres años cumplidos, en el cuarto estío,
menester es que empiece a practicar los giros,
y haga sonar los pasos a compás, y en curvo
movimiento vaya uno y otro brazo doblando
igual que al trabajar; que les eche entonces
carreras a los vientos y vuele desbocado
y apenas deje huella en la primera arena:
igual que un espeso aquilón se
levanta
allá por las regiones del norte
y disipa
las tormentas escitas y las
nubes de polvo,
y entonces altas mieses y campos
ondulantes
al más leve soplido se
estremecen, resuenan
las copas de los árboles, los
grandes oleajes
se estrellan en la costa; vuela
así el aquilón,
barriendo en su fuga los campos
de labranza
igual que las llanuras. Y a
partir de entonces,
sudará este caballo en su afán de ganar
las metas elideas y las más grandes pistas
y echará espuma sangrienta por la boca,
o mejor llevará carros belgas de guerra
con su cuello cimbreño. Déjalos que engorden
con sabroso forraje, una vez ya estén
domados;
no antes, porque mucho genio sacarán entonces
y no resistirán, cuando estén
sometidos,
el látigo flexible ni el bocado duro.
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