Geórgicas, III, 241-283
Hasta ese
extremo toda clase de hombres
y de
fieras terrestres y animales de agua,
ganados y
pintadas aves se arrojan furiosas
al fuego,
al amor, que es el mismo para todos.
No en otro
tiempo fue más fiera la leona
por el
campo, olvidada ya de sus cachorrillos,
ni los
osos deformes causaron por doquier
tanta
muerte y tantos estragos en los bosques;
es
entonces furo el jabalí, es entonces la tigre
más
salvaje que nunca; ay, y qué peligroso
es ir
vagando entonces por los desiertos libios.
¿No ves
cómo un temblor sacude a los caballos
por el
cuerpo entero con solo que la olor
un aire
familiar haya traído? No hay
ni freno
de jinete ni látigo cruel
barranco
ni roqueda capaz de contenerlos
ni río que
se cruce ni torrente que arrastre
montañas
descuajadas. Hasta el cerdo sabélico
corre y se
afila los colmillos y escarba
la tierra
con el pie y restriega la lomera
en un
árbol y aquí y allá curte los flancos,
por
prevenir heridas. ¿Y qué no hará el mozo
a quien el
insensible amor se vuelve fuego
que abrasa
las entrañas? Allá va el muchacho,
entrada ya
la ciega noche, cruzando a nado
el crespo
mar de cuando estalla la tormenta,
y las
puertas del cielo, por encima de él,
atruenan
majestuosas y retumban las aguas
que van a
estrellarse contra los peñascales;
ni pueden
retenerlo sus desdichados padres
ni la
novia, que muerte cruel ha de tener.
¿Qué decir
de los linces manchados del dios Baco,
de la raza
violenta de lobos y de perros?
¿Y qué de
las peleas de inofensivos ciervos?
Ya se sabe
el furor que distingue a las yeguas;
Venus
misma les dio su pasión allá cuando
las
cuadrigas de Potnias a Glauco le arrancaron
los
miembros a bocados. Las lleva el amor
más allá
de los Gárgaras y el estruendoso Ascanio;
coronan
las montañas, los ríos atraviesan.
Y en que
el fuego penetra las médulas ansiosas
(más por
la primavera, pues es por primavera
cuando el
calor vuelve a los huesos), se suben
vueltas
cara el Zéfiro a las altas peñas,
se embeben
de brisas sutiles, y a menudo,
sin
coyunda ninguna, quedan, oh maravilla,
preñadas
por el viento. Huidas se dispersan
por entre
los peñascos, riscos y hondos valles,
no, Euro,
hacia donde tú naces ni el sol sale,
sino hacia
el Bóreas y donde sopla el Cauro,
o allí
donde nace el tenebroso Austro
que el
cielo oscurece de lluvia y de frío.
Humor
viscoso entonces destilan por la ingle,
hipómanes
lo llaman los pastores, hipómanes,
que las
malas madrastras solían recoger
y
mezclaban con hierbas y aciagos conjuros.
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