El pasado sábado se celebró en el bar Tropezón, de La
Iglesuela del Cid, un gran encuentro de morra entre las parejas formadas por
Cercós y Cruz II y por Cruz I y Cruz III. Fue un combate extraordinario. Ya desde las
primeras rondas quedó de manifiesto la abrumadora superioridad de Cruz III, que
acorralaba a sus adversarios con agobiantes andanadas y sacaba siempre la mano alternando
arriba y abajo, de modo que sus oponentes no tuviesen margen para la
predicción. Pero nadie bajó los brazos.
La estrategia de Cruz III es tan antigua como
el juego, y precisamente por eso es la que distingue a los grandes jugadores. El
adversario, si quiere seguir concentrado en los movimientos de su contrincante,
empieza a dejarse llevar por una misma sucesión de apuestas que determinan su
derrota. La morra es un juego de pocos elementos, pero muy delicados. El uno se
apuesta con el puño; el dos, con el pulgar y el índice; el tres, con esos dos y
el corazón; el cuatro sin el pulgar, y el cinco con la mano abierta. El hecho
de que el pulgar solo se use en tres apuestas (2, 3 y 5) hace que el movimiento
para cualquiera de ellas cambie drásticamente con respecto a las otras dos.
Sacar el pulgar cuesta más trabajo que sacar el índice y el corazón, por eso
conviene sacarlos con el brazo en movimiento, para que esa diferencia mínima,
menos de una décima, no sea detectada por el adversario, que, si es tan hábil
como Cruz III, puede tener mecanizada la respuesta sin necesidad de calcularla.
Era difícil saber quién movía los dedos de Cruz III, si su instinto o su
agilidad mental, o su experiencia, que viene a ser la suma de ambas virtudes.
Secundado con seriedad por Cruz
I, la pareja se mostró imbatible durante los primeros duelos. Así como Cruz III
se concentra con las palmas de las manos juntas, como si rezase, con los labios
fruncidos y la mirada fija en el suelo, pero luego yergue la postura y ataca de
frente, con una decisión que intimida, Cruz I, por su parte, medita de espaldas
al espacio de juego, no es tan agresivo en la constancia y la movilidad de sus
apuestas, pero secunda perfectamente al compañero.
Frente a ellos, sin embargo,
había dos luchadores muy decididos, que no cejaron en su empeño hasta que, en
las últimas rondas, equilibraron el tanteo e incluso Cercós amarró varios
puntos asaz espectaculares, un torrente de apuestas, un intercambio de golpes
numerados aleatoriamente con el implacable Cruz III. Cercós había ido creciendo
en concentración conforme avanzaba la noche. No perdía de vista la mano del
adversario, jugaba con sus mismas cartas y en su extrema concentración había
logrado meterse incluso en los cambios a cuatro, que son los momentos más
delicados. Cruz III sacaba el cuatro abajo con la palma, Cercós lo metía por arriba
con el dorso. Cruz III le buscaba el dos, le repetía las que le sacó con otros
doses, y se cebó tanto con los doses altos y los cuatros bajos que repitió un
par de veces un ataque con el puño después de tres salidas, algo que Cercós cogió
al vuelo y remató el tanto, que duró varios minutos, con un cuatro por arriba
con los dedos y un cinco con los labios que dejó a Cruz III sin posibilidades,
consciente de un error que no había durado más de media décima, ni siquiera
eso. El público jaleaba el tanto entusiasmado.
Ninguno de los cuatro retuvo el
juego alargando los cantes. Todos golpearon seca, noblemente. Cruz II se batió
con denuedo y mantuvo encuentros prolongados con sus rivales, pero esos últimos
tantos de Cercós al gran Cruz III fueron lo mejor de la noche. No solo estaban
en juego las cervezas sino también el orgullo. Cercós representa la morra
bajoaragonesa, y los temibles hermanos Cruz la morra del Maestrazgo. Todavía no
contamos con un estudio riguroso que aborde sus diferencias y similitudes,
pero, a tenor de lo visto en la noche del sábado, se pueden incorporar algunas
observaciones a los materiales de la investigación. Los Cruz están hechos a una
morra seca y elevada, muy intensa e isócrona, como un constante y veloz
martilleo que provoca los errores del contrario. Cercós, en cambio, iba de
menos a más. Sujetaba los primeros envites y esquivaba las repeticiones, pero
cuando entraba en el punto tiraba con más arrojo incluso, y si el punto se
hacía largo protagonizaba un intenso cuerpo a cuerpo. Su juego es más fogoso,
menos constante. Brillante en el fragor de la batalla, discreto en los puntos
cortos, en el juego monocorde.
Ese gran último punto entre Cruz
III y Cercós, sin embargo, desdibuja las diferencias. Era morra en estado puro,
la técnica y el instinto, la constancia y el arrojo. El público salió del bar satisfecho
del gran espectáculo que acababa de presenciar, e intercambiando cálculos y
apuestas para el próximo enfrentamiento, que tendrá lugar en primavera.
Increíble crónica de la morra. Suena un poco a Cortázar
ResponderEliminar¿Balonmano?, ¿Fútbol?, Tenis?, ¿golf?... ¿ajedrez?
ResponderEliminar¡Dejad sitio, ha llegado la Morra!
Muy bueno.
JCarlos
Estupenda crónica Antonio, te fijas en todos los detalles del juego de la Morra. Y yo que creía que la Morra es un juego de borrachos, pendencieros y gentes de mala vida...
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