Viendo Blue Jasmine me acordaba de una casera
que tuve en los 90, una pija rococó a quien su marido engañaba de todas las
formas posibles. Estaba tronada: citaba a los inquilinos en un hotel de lujo,
para intimidarlos, y cuando le daba la vena venía al edificio del que vivía y
montaba unos escándalos morrocotudos. Sus abogados trataban de calmar a los
vecinos, y cuando ella los mandaba para apretarnos las tuercas con acusaciones
falsas, ellos se limitaban a pedir por favor que no se lo tuviéramos en cuenta.
Un día empezó a dar berridos en la escalera porque la del segundo se había
retrasado unas horas en pagar el alquiler: “¡Me da igual lo que haya pasado en
el banco! ¡Hoy me voy a comprar un sillón Luis XV con ese dinero y si no me
paga la pongo de patitas en la calle!” Luego, mientras te trataba como a un insecto
cuando venía, con ojos de loca, a inspeccionar el inmueble, acababa contando al
estupefacto inquilino los secretos de cama de su ex marido y cómo y con quién
se la estaría pegando en ese mismo momento.
Así es Jasmine, en absoluto exagerada: los celos,
el rencor y la mentira producen estragos, sobre todo si los riegas con vodka y
con pastillas. Es el mal de la quimera, pero no como ilusiones perdidas balzaquianas, no la
quimera de los novelones, sino el hundimiento de un delirio que se hizo
realidad. Woody Allen retrata con la gracia de siempre este mundo de ricachones
neoyorquinos: Jasmine descubre la infidelidad de su marido porque lo llaman del
Ritz de París a decirle que se ha dejado en la suit un Rolex. La mujer florero (o búcaro de cristal
de Bohemia, que viene a ser lo mismo) se queda sin nada, sin marido y sin
dinero, aunque, en un click final marca
de la casa, la última revelación de su hijo adoptivo, al que también pierde,
nos enteramos de que, en el fondo, lo que la volvió loca no fue tener que
abandonar su status y sufrir la dolorosa humillación de que alguna de sus
amigas florero apareciese por la tienda en la que, horror, tuvo que ponerse a
trabajar, sino haberlo provocado ella misma con sus celos incontenibles.
En un
mundo adoptivo como el de Jasmine (adoptada por sus padres, por su marido y por
su clase) casi suena natural el desprecio con que, cuando Jasmine es rica, trata
a su hermanastra pobre. En toda la película se dicen cosas que deberían ser
para no hablarse nunca más. Incluso las dice gente que en una película de Ken
Loach no tardaría nada en liarse a puñetazos, y a tiros en la de cualquier otro
director. Y sin embargo hablan, sobre todo
hablan, se hacen mucho daño pero no se agreden, se torturan finamente, juegan
al bocajarro, unos a otros se llaman fracasados. La advocación de Plutón ha hecho que el mundo se divida en triunfadores
y fracasados, con una urgencia que se ha visto obligada a prescindir de
cualquier forma de moralidad, si bien es verdad que, en Estados Unidos,
Madoff se convirtió en un apestado cuando lo trincaron, y aquí en España se hacen todavía más famosos y admirados.
El caso es que las alas de cera
de Jasmine se han fundido y tiene que hacer mutis y largarse de Nueva York y
pedir asilo en casa de su hermanastra, Ginger, que es cajera de supermercado,
aparte de una actriz extraordinaria. Ginger tiene dos hijos sobrealimentados de
comida basura, un exmarido precario que parece un luchador de xondo y un novio
guapo y rudo, un mecánico temperamental (italianizante), tatuado y con cara de
granuja. Cuando estos dos tipos aparecen en pantalla, la tensión crece
porque damos por supuesto que serán, además de pobres, salvajes. Y no: son los
únicos que tienen las cosas claras, nunca sustituyen las palabras por los
golpes (el novio de Ginger le arranca el teléfono de la pared, pero hoy en día
coger el teléfono de alguien y destrozarlo es un deseo muy común que se tiene
todos los días), y no sufren, sobre todo el novio, de delirios de grandeza.
Porque el descalabro de Jasmine llega incluso a infectar a su hermana, que se
lía con alguien mejor que su novio. Y
la propia Jasmin, a pesar de esa bata que le ponen en la consulta del dentista
donde consigue un trabajo (y un jefe que se la quiere tirar), persiste en su
idea de que solo regresando a ese mundo que ha perdido, solo con alguien mejor que el crápula de su marido, igual
de rico pero más distinguido, podrá sanar su herida.
Y no. Triunfa la simplicidad, el
mecánico italiano. El resentimiento que supuran los otros precipita su condena.
Unos a otros se delatan, se descubren, y en ese fango de globos pinchados
emerge la franqueza bruta del novio, que se limita a luchar por la persona a la
que quiere mientras los demás están demasiado ocupados en dar palos de ciego
para ser las personas que les han dicho que debían ser.
He
leído, a pesar de todo, malas críticas de esta estupenda película. Igual es también un
poco de resentimiento, porque lo bueno de Blue Jasmine es que no solo la
protagonista y su hermana caen en la ilusión de la quimera, sino el propio
espectador. Cuando Ginger se lía con el técnico de sonido tendemos a pensar
igual que Jasmine, que ese tipo es mejor.
Y cuando Jasmine acepta trabajar para el dentista salaz y se pone esa bata nos
da un poco de pena, como si no se lo mereciese. Y si podemos elegir entre el
dentista sátiro y el diplomático pijillo, nos apetece más el diplomático para
que Jasmine siga soñando. Pero no, de eso nada. Se acabaron los sueños
peligrosos, oigan, nos dice el mecánico, el que trabaja con cosas que se pueden tocar,
no con cifras que se pueden trucar ni con sentimientos que se pueden aparentar. Su victoria, y el lamento final de Jasmine,
ya nos han cambiado a todos las simpatías. Nuestras propias expectativas eran también
ilusorias. Hay un crítico famoso que dice que
es que los chistes no le han hecho gracia y que por eso es una mala película. Otro
que buscaba algo mejor, como mi casera.
Hoy, por cierto, es el cumpleaños de Woody Allen. 78 años. Ese sí que es algo mejor, ese. Y por muchos años.
Hoy, por cierto, es el cumpleaños de Woody Allen. 78 años. Ese sí que es algo mejor, ese. Y por muchos años.
Una crítica cabal, como se leen pocas. Por cierto, no tengo más remedio que suscribirla, ya que no hubiera sabido escribirla, ni siquiera esbozarla. Gracias.
ResponderEliminarDespués de está crítica, solo nos queda ir a verla.
ResponderEliminarUn abrazo
Porcierto mi nueva url es:
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