26.4.18

De culpas y caminos


Nada más terminar Camino Soria, el libro de Edi Clavo, y antes de sacar conclusiones precipitadas, leo una entrevista a Jaime Urrutia en Jot Down donde sin buscar demasiado encuentro el párrafo que acaso falta en el libro de Clavo, cuando cuenta Urrutia que, al grabar La culpa fue del cha-cha-chá, tanto Clavo como Presas dijeron que aquello era una horterada. Triunfó en las tómbolas y en las bodas, conceptualmente era un paso más en la identificación de Gabinete Caligari con lo más acendrada y denostadamente español. Edi Clavo termina su libro, al llegar a este espinoso asunto, con unos puntos suspensivos, "la culpa fue…"
Pero también dice algo Urrutia que no cuadra con el libro. Clavo pasa por encima del grunge sin mostrarle ningún afecto ni dejar huella siquiera en el metículoso índice analítico, pero Urrutia dice que, mientras él no le hacía ascos al populacho, sus compañeros de Gabinete, el batería Edi Clavo y el bajo Ferni Presas, querían ser como Kurt Kobain, y que hay alguna canción ('Viva yo', en Gabinetissimo) que suena con esos guitarreos llenos de grasa capilar, aparte de que ya a la altura de Cien mil vueltas los dos se habían dejado los pelos y las barbas…
Aquí patina Urrutia. Los dos se acusan de lo mismo. Clavo se ha dejado caer en la promoción del libro con que ahora todo es repetir lo ya hecho, volver a lo vivido, no crear nada nuevo, que es exactamente lo que, en otra parte de la entrevista, Urrutia achaca a sus excompañeros. Y es verdad: en la portada de Cien mil vueltas no parecen grunge ni por asomo, antes bien rockeros de finales de los sesenta y primeros setenta. Ahora tengo claro de qué murió Gabinete Caligari: murió de posmodernidad, de reinterpretar pasados divergentes, Urrutia el de los crooners de garito, y Clavo y Presas el de los moteros viejos que siguen ensayando en el garaje, que es, más o menos, lo que hacen ahora.
Bueno, Clavo también escribe. Y muy bien. Leí con placer aquel libro de viajes o cuentos rodados que se tituló Grasa y otros materiales nobles. Me gustó mucho entonces su minuciosidad al escribir, su deje de macarra culto, como si escribiera con un lápiz y en la postura de un tanguero, que también lo es. Componía la escritura con precisión y delicadeza, buscaba más los datos que las explicaciones, y los pulía para que brillasen al presentarlos tal y como son. Me gustó ese libro y me ha gustado este por lo mismo, por la estupenda prosa, esta vez más barroca, menos ascética, pero siempre potente y entreverada de registros, y con una retranca que el hieratismo de Grasa no se permitía.
El libro es un análisis minuciosísimo de la gestación, composición, ensayo, grabación, promoción y gira del disco Camino Soria, en un alarde de lírica de inventario, de no eludir las enumeraciones a fuer de riguroso, una exhaustividad que en la prosa de Clavo, y ahí está la gracia, resulta un modo de decir, una literatura sin resumen ni comentario, la orfebrería de la mera exposición, a veces, tres o cuatro veces, incluso con repeticiones. Por la parte estrictamente literaria, hay buenos momentos: el arranque taurino y el final pictórico, la conciencia permanente de estar contando un episodio, sobre todo durante la más bien caótica promoción, su llegada a Soria con un disco bajo el brazo que no había oído nadie, un buen capítulo de viajes, o la deliciosa disección del proceso creativo, con toda la libertad que el libro de Dylan, Crónicas, ha dado a los músicos para que hablen de sus composiciones en un registro riguroso para el profesional y curioso para el profano. Ahí es donde Edi Clavo, quizá, en algún momento, tenía que haber metido un poco la tijera, aun a riesgo de que la marca de algún baffle se quedara sin pasar a la historia del disco.
Es hasta tierna la forma que tiene de justificar que aquel disco fue un gran disco, que fueron doble platino, que acababan de triunfar por todo lo alto. Hay que contarlo con arrobo y un punto de reivindicación, de dejar los puntos sobre las íes, a ver si nos vamos a pensar que esto solo fue obra de Jaime de Urrutia, con quien, a cuenta del cha-cha-chá (y de los tres discos siguientes, progresivamente flojos, que apagaron la llama), hace un cuarto de siglo que no se habla.
Hablando de preposiciones. Clavo deja caer ese recuerdo-pulla, lo de que a Jaime Urrutia le gustaba meterse una preposición en el nombre, y lo complementa con las —magníficas— declaraciones de Urrutia cuando se les criticaba que titularan el libro Camino Soria y no Camino de Soria, cuando dijo, tirando de vanguardia histórica, que no ponían preposiciones porque las preposiciones eran como "trastos viejos" que había que ir retirando. Las páginas de Clavo al respecto son muy divertidas. Hasta el reverendo don Francisco Lázaro Carreter terció en el asunto, de mala manera, y de paso pegó un patinazo impropio de todo un presidente de la Real Academia. Porque Camino Soria, amén de que si no le quitan la preposición no cabe en la música (Lázaro era duro de oído para el pop ochentero), es una forma de decir que cumple las normas del lenguaje popular sentencioso. Orilla el río puede sonar mejor, en determinadas circunstancias, que Orilla del río, y desde luego no significa lo mismo. Camino Soria no significaba lo mismo que Camino de Soria. En ese sacrifico de la de había un oído finísimo y un perfecto resumen de la estética del disco. Sin de, era el desgarro neorrealista; con de, era una broma, y un poco cursi. Gabinete nunca se burló de sus referentes populares, que es la única manera de convertirlos en estética. Lo otro es hacer el payaso.
Y, en fin, si a los veinticinco años ibas con tacón cubano y camisa con chorreras por debajo de la chupa de cuero, la verdad es que este libro da verdadera cuenta de qué atrás ha quedado todo, por más que el disco haya sobrevivido, que ahora se remasterice o yo qué sé qué. Quedó atrás ese abuso del referente clásico reinterpretado. Y queda por delante un escritor muy estimable, quien, una vez ha echado aquí todos los sapos reivindicativos, es de desear que vuelva a los plácidos viajes en moto y a la estricta literatura, sin tantos nombres y apellidos. Aquí estaremos, a un lado del camino.