Estos olmos frágiles que amarillean antes que ningún árbol son en cambio una plaga benigna. Vinieron en macetas, acompañando a otras flores. Nacían en los tiestos de las dalias y de los rosales, una vara verde de un dedo de gorda, que se elevaba hasta tapizar el fondo de las flores. Las semillas volaban por los jardines de Las Vistillas, llenos de olmos añosos, de una especie resistente a la grafiosis y a la polución, y aparecían luego en cualquier sitio.
Al llegar al campo, se disolvió la convivencia de los olmos con las flores. Un par de ramones ya mozos fueron trasplantados a la tierra del jardín, y se conoce que el aire puro les ha sentado muy bien. Sus progenitores tenían el tronco negro de los humos de los coches, y sufrían rutinarias podas salvajes, para que no creciesen más que las lentas acacias que dan sombra al busto de Zuloaga y a la fuente de Gómez de la Serna. Aun así, muchos sobresalían por encima de los edificios, las semillas de las copas se posaban en los áticos y en los tejados, y en pocos años alegraban las terrazas con sus hojas aserradas de negrillo. A veces imaginaba que alguno incluso había sobrevivido a las estufas de la guerra.
Aquí, a pesar de que amarilleen antes que nadie, parece que se crían sanos. Y aunque no sean tan lentos como las acacias, ya no es probable que los vea en su esplendor, cuando asomen por encima de la casa y den sombra a un buen pedazo del jardín. He visto ya morir de viejos árboles que vi plantar, aquellos primeros frutales, algún cerezo y más de un ciruelo, y otros que ya eran grandes cuando yo nací, manzanos sobre todo. El nogal que inunda de sombra densa la salida al río fue un brote que hace medio siglo prosperó en medio de chupones de membrillo. Ahora es uno de los árboles venerables.
Si este olmo ha de serlo también, ya no dependerá de mí. Uno va dejando de ver los retoños como proyectos de árboles monumentales. Más placer produce observar su crecimiento, viajar al tiempo de aquel brote casual junto a la acequia, pero ya no pensar en su sombra futura, tan solo en el presente de unas hojas leves, transparentes, lejos aún del áspero verde cuando el tronco ensanche, que ya van perdiendo el color.
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