10.11.19

Ferralla


Hierros, tubos, chapas, latas, mallas, piezas, todo desparramado al pie de un muro, como si esos aproximadamente veinte metros de muro encarado al sol hubieran sido el sector metálico de un vertedero. De cada obra que se hacía sobraba un hierro, que luego se empleaba para otra obra, o quedaba siempre así, como una puerta metálica en muy buenas condiciones que perteneció a un corral en tiempos y ahora ya no hay ningún marco donde quepa. Hay que guardarla, igual que los pilotes de metal galvanizado de las señales de tráfico y los tubos largos oxidados que podrían valer para refuerzo de la pérgola del cenador… Hay que ordenarlo y, sobre todo, esconderlo, ponerlo en lugar poco visible, contra las vallas ya oxidadas de la linde sur, junto a la acequia del Cubo, en cuyos cuellos llenos de hierbas los gatos preparan sus camas y desde el otro lado de la acequia mis mastines les ladran como descosidos.
El sector metálico campestre es muy importante. El otro día, mientras segaba la hierba, fui a mover el bidón de lata en el que suelo quemar las hojas muertas y me quedé con un cilindro oxidado y una base pegada al suelo. El fuego había lamido tanto las junturas que ya estaban tan solo sobrepuestas. Lo llevé a un lado del muro, donde podría quedarse perfectamente otros veinte años según la inercia de la economía laboral. Haremos un esfuerzo para llevarlo a la escombrera.
De hierro son las verjas y las vallas, los pilotes de los emparrados y las varillas con las que sujeto en el huerto las tablas de los bancales. Las terrazas y las escaleras son una mezcla del negro ferruginoso de los barandados y el rosa tierra de las losas de piedra rodena. Cada día chirría la bisagra de metal de la tolva donde comen pienso los mastines, y trabajo en un tablero de madera con clavos, sierras, martillos y destornilladores. Estamos rodeados de dureza. Sin embargo el hierro, al contrario que el plástico, tiene una naturalidad más perceptible. El óxido de la puerta de metal que conduce a la acequia con las primeras lluvias, el culo del bidón, más fino que el papel de fumar, los mismos clavos que le echamos una vez a las hortensias para que fueran lamiendo el hierro. La cadenas de los mastines también son de hierro. Ahí yacen, como armaduras de serpiente abandonadas. Nunca las uso.

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