En el cerezo más pequeño y raquítico han quedado algunas hojas detenidas en un rojo muy fresco y muy vivo. Los árboles añosos, los robustos, los de hoja dura, o grande, todos han perdido ya las hojas (los frutales de pepita conservan briznas de cartón entre sus ramas), pero este cerezo parece que ha hibernado sin perder el color. Estas contradicciones de jardín son más frecuentes de lo que parece y se prestan al apólogo y la moraleja. Es un hijo póstumo de otro cerezo grande que se secó hace algún tiempo. En la temporada siguiente salió media docena de vástagos que corté por la cepa, salvo el que había crecido más vertical. Lo dejé estar y un par de años después, para que el tronco no se hiciese demasiado alto, lo podé a la altura de dos ramas más o menos simétricas. Una de ellas se secó, así que el árbol ha crecido como el sauce, intentando mantener el equilibrio, con una copa desmedrada y como tullida, y cuando se haga grande lo más probable es que haya que injertarlo si queremos que nos dé algún fruto.
Este pobre desgraciado es la única caducifolia que conserva pinceladas de color en un entorno metálico y nuboso. Como sucedió con el manzano de la esquina, que durante años creímos medio muerto y este octubre pasado dio treinta y tantas pomas arreboladas, el cerezo irá ganando cuerpo, encontrará su sitio entre raíces muertas y la próxima generación es posible que lo vea tan imponente como los otros dos que lo flanquean, ya desnudos por completo. Las pocas hojas que le han quedado son al árbol lo mismo que el árbol a la tierra, seres que resisten en su fragilidad, que se hacen fuertes a puro de agarrarse a clavos del mismo rojo encendido.
En días grises como hoy las hojas parecen algo más oscuras. El blanco de titanio que asoma entre las nubes y la misma humedad de la noche apagan unos tonos de otro tiempo, un recuerdo momificado, pero también una muestra de salud. Este verano el pulgón se cebó con él. Las hojas estaban todas arrugadas, negras de bichos. Pero, al contrario que otros años, no lo sulfaté. Y los bichos se fueron muriendo y las hojas recuperaron su tersura. Aún ahora que todo está vacío y el cielo se nos cae encima, quedan unas cuantas en la rama.
Carmín de alizarina.
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