18.12.19

Niebla, 2


La lluvia ha vuelto a detener la faena. Aunque pare a ratos, la tierra está muy pesada, no se desharían los terrones al cavarla, se quedarían pegados a la hoja de la pala. Dentro de algo menos de un mes, el 16 de enero, habrá luna menguante con la que plantar los ajos. Hasta entonces queda mucho por hacer, pero todo es aplazable. 
Es lo bueno del invierno. Y tampoco es que en este otoño haya hecho mucho, limpiar y recoger, tirar y colocar. La renovación tuvo que venir entonces, las prisas de los obreros antes de que los hielos se les echasen encima. Ahora, sobre todo con la lluvia, pendent opera interrupta. En vez de extender la tierra y trazar los primeros caballones, leo el libro cuarto de la Eneida, cómo las obras se detienen en Cartago cuando la reina Dido se vuelve loca de amor. Me acompaña el día húmedo y brumoso, las ramas brillantes, el gris del cielo, la vieja edición de Oxford, el aroma de un lápiz de cedro.
Nos despedimos del otoño practicando ritos invernales, protocolos de seguridad para pasar la tarde. El invierno es la espera paciente. A la abstracción del ramaje se une un muro de niebla, la pared del cuadro, su aislamiento. Dentro, la representación del triunfo elemental de no pasar frío. Pondremos leña en el altar de los dioses familiares y echaremos un sobre de polvos para el hollín, como si fuera un conjuro, y nos sentaremos a leer un libro acorde con el espíritu que representamos. 
Uno se pone invernal, y aspira a que los adminículos penetren el ánimo, porque siempre ha creído que el hábito sí hace al monje. En estos últimos amenes del otoño abandono la postura escrutadora y dejo que me invada el paisaje. Hasta ahora era sedentarismo curioso, pero empieza la pasividad vulnerable. La fila de chopos junto al río me lleva a un tiempo borroso, muy al principio, cuando la monotonía de la lluvia tras los cristales era un sentimiento placentero, la ilusión del estudiante bajo los porches, camino de la biblioteca. Cuántas páginas habré leído con esta misma lluvia, o con el sentimiento de sosiego y de fragilidad que me produce. Largo trecho anduvimos, el tiempo es llegado, dice Virgilio. Una vieja gramática de latín, la ilusión de lo antiguo, un mundo perdido que ya solo puedo recordar en días tan nublados como este.

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