Eneida, I, 131-156
Al Euro y al Zéfiro convoca, y les dice:
«¿Tanta es la confianza que inspira vuestra estirpe?
¿Ya os atrevéis, vientos, sin mi consentimiento,
a mezclar cielo y tierra y alzar tamañas moles?
¡Os voy a…! Pero más vale calmar la marejada.
Después me pagaréis con castigo ejemplar.
Huid sin más demora, y a vuestro rey decidle
que no le cayó en suerte a él sino a mí
el imperio del mar y el furioso tridente.
Son suyos los enormes riscos: tu casa, Euro.
Que ostente el mando Eolo en aquellos palacios,
que reine en la cárcel cerrada de los vientos.»
Así habla, y más rápido aún que sus palabras
aguas hinchadas aplaca, nubes amontonadas
ahuyenta, y de nuevo deja salir al sol.
A un tiempo Cinotoe y Tritón desencallan
las naves, de afilados escollos las arrancan;
él mismo alza el tridente, y deja al descubierto
los extensos bajíos, y sosiega las aguas,
y con ruedas livianas recorre deslizándose
las crestas de las olas. E igual que muchas veces
sucede en un gran pueblo que estalla una algarada
y se encienden los ánimos del vulgo despreciable,
vuelan teas y piedras, armas pone la furia;
si acaso entonces ven a un hombre de respeto
por mérito y virtud, callan y se detienen
atentos a escucharle, y él, con sus palabras,
acaudilla los ánimos, calma los corazones:
así se apagó todo el fragor de las aguas
enseguida que el padre, tendiendo la mirada
por encima del mar bajo el cielo sereno,
arrea los corceles y con ellos se lanza
y a rienda suelta vuela en su carro veloz.
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