Leo que hemos entrado de golpe en el futuro. Es verdad. Igual que un día, a las doce de la noche, cambiaron el sistema monetario internacional como quien cambia la hora de un reloj antiguo, ahora también hemos sufrido una inmersión en el aislamiento telemático con el que llevamos años flirteando. Estábamos todos como esperando el estallido de una bomba que tarda demasiado en explotar y que al final no explota, y nos acercamos cautelosamente a nuestra nueva condición y nos damos cuenta de que no ha pasado nada pero ha cambiado todo. Me pregunto, mientras trabajo por las mañanas frente a la pantalla, cuánto le queda a la presencia física de ser necesaria y deseable. Quizá descubramos que después de todo aprovechamos mejor el tiempo, o rendimos más, si nos quedamos trabajando en casa que si desgastamos el planeta con nuestras idas y venidas o lo ponemos en peligro con nuestros estornudos. En Japón, que siempre es el futuro, un futuro como preexistente, el aislamiento de sus ciudadanos es una inclinación bastante común. Se conoce que la sociabilidad es siempre un acto de voluntad, no una necesidad o una costumbre. Tiempo atrás se puso de moda entre sus adolescentes no salir nunca de su cuarto, encerrarse en una burbuja de papel pintado.
No nos bastaba con saber que el teletrabajo es más rentable, algo que todavía remueve nuestra dignidad laboral. Ahora resulta, también, más seguro. Y más cómodo, y probablemente más útil. Me inquieta no hacerlo bien en mi alternativa como teleprofesor, sobre todo porque sé que más pronto que tarde van a proliferar los teleinstitutos. Ya sé, ya sé. Nada sustituirá nunca la presencia física (que se lo pregunten a la Callas), ni la necesaria sociabilidad de los alumnos. La posibilidad que ahora se nos plantea es que tenga que ser sustituida por razones de seguridad, de simple supervivencia. La higiene separó en pisos a la tribu; la fibra óptica, en una sola tribu con más contacto virtual que físico, y las enfermedades amenazan con rematar la faena y distribuirnos en celdas estancas, condenarnos a vivir protegidos del prójimo. En Estados Unidos, en no sé qué estado del lejano Oeste, se ha vuelto a disparar la venta de armas, no para matar virus a cañonazos sino para reforzar la empalizada que separa al individuo del resto del mundo, con el que estaba más conectado que nunca. El siguiente futuro, y ya se avisa, es el colapso digital.
puede ser verdad la reflexión pero no deja de ser cierto también de que vamos de mal en peor entonces. El contacto es lo que nos hace humanos y no maquinas. Saludos
ResponderEliminarAntonio, ¡qué gusto leerte de nuevo!También a mí ser teleprofesora ahora me ha pillado un poco a medias, pero lo bueno de esto es que sólo llevamos una semana y los alumnos están deseando volver!!
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