Un amable lector me reconviene por llamar gusanos a las «elegantes procesionarias». De acuerdo, aunque no sé qué tienen de malo los gusanos, ni si llamándolas larvas de lepidópteros conseguiría que no descendieran por las cortezas de los pinos y pusieran con sus cilios en peligro la salud de mis mastines. Hasta ahora era mi única preocupación sanitaria más allá del género humano. Pero he leído que en un zoo del Bronx se ha contagiado una tigresa, y que los chinos han experimentado en unas cuantas especies, gatos, monos y ratas, y aunque los índices de contagio siguen siendo despreciables, también eran despreciables esos casos aislados que tuvimos en febrero.
Por eso vigilo a los perros, para protegerlos no del virus humano, porque no me los llevo al supermercado, sino de otras especies que pudieran traerles complicaciones. Los gatos que se asoman a la valla y penetran sigilosos por las noches han estado de bureo en los estercoleros de las granjas, y seguramente se han comido el mondongo de algún conejo que despellejaron el domingo. Están gordos y lustrosos, y alguna vez se las han tenido tiesas con Galán, que cada vez que aparece con el morro salpicado de sangre me toca buscar entre los matorrales y levantar el cadáver.
Lo que sí he notado, y me preocupa por la probada presciencia de los animales, es comportamientos un tanto erráticos. Hace un par de días una bandada de buitres merodeaba dando vueltas por encima de un contenedor de basura donde habían debido de arrojar algún cerdo putrefacto. Lo raro fue que nunca se llegaron a posar, como si unos a otros se hubiesen avisado de que la carroña era infecciosa. Pero más aún me preocupan las palomas, que llevan unos días estampándose contra los cristales de las ventanas. El otro día hubo que despegar una con una espátula. En las épocas en las que se desorientan hasta estrellarse contra su propia imagen, algunos campesinos colocan tiras de papel en los cristales. Igual hay que sentar en el alféizar un espantapájaros de palo. En todo caso, me pregunto, con lo hábiles que son para huir de la quema, qué les habrá pasado para que se decidan a entrar donde no puede ocurrirles nada bueno. Quizás en la copa del árbol han empezado a tener los primeros problemas respiratorios, y se lanzan contra las casas en un desesperado intento de pedir explicaciones, o auxilio.
Las aves se estrellan contra las ventanas porque los cristales reflejan el ramaje de los árboles cercanos, donde parte de las especies aladas buscan y encuentran refugio. Los animales se confunden; eso es todo. Es probable que usted viva en un primer piso -quizá un segundo- próximo a algún parque o zona arbolada. Esa sería una de las explicaciones posibles a la tragedia. Colocar tiras de papel en los acristalamientos elimina o disminuye el reflejo. Se presenta, así, como una solución simple, inteligente y bastante acertada.
ResponderEliminarBastaría con que las ventanas tuvieran una mínima inclinación para reflejar el suelo en vez de los árboles de enfrente. Como eso no es posible, sí, las tiras de papel van bien. Otra cosa es que lo hagan ahora y no antes, al menos en mi ventana. Gracias!
EliminarHola Castellote, fui alumna tuya durante varios años y me ha hecho muy feliz encontrarme con tu blog. ¿Cómo puedo ponerme en contacto contigo? No he sido capaz de dar con tu mail. Saludos!
ResponderEliminarHola, Judith. Te paso mi Fb, por si quieres enviar un mensaje. https://www.facebook.com/profile.php?id=100001195628786
EliminarGracias por pasarte!
Gracias, pero no tengo Facebook a pesar de que supuestamente soy Millenial, jajaja. Me alegro de haber podido saludarte al menos por aquí!
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