El mismo día que se dio la noticia de que Francia había medicalizado los trenes de alta velocidad para trasladar a los pacientes a otros hospitales menos congestionados, aquí supimos que la Consejería de Salud de Cataluña recomendaba no ingresar a los mayores de 80 años infectados, para, entre otros motivos, no colapsar las UCIs. En lugar de tratarlos con respiradores, se recomendaba suministrarles morfina. Pero al mismo tiempo escuchábamos a otros portavoces autonómicos alardear de que en sus hospitales todavía quedaban camas libres, por lo que pudiera pasar. Del enemigo ni agua, salvo que sea la del Ebro, y antes muertos que solidarios.
Ayer se nos cayó el alma a los pies al enterarnos de que teníamos en España el índice más alto de mortalidad. Se supone que la primera causa es el desgobierno de los centros geriátricos, negocios privados que en algunos casos se aprovechan de que los viejos, como los animalicos, no siempre saben quejarse cuando alguien los maltrata. Sea por la razón que sea, nuestro sistema de taifas autonómicas, con las manos libres para hacer lo que les dé la gana y la boca grande para pedir dinero al Estado cuando algo falla, quizás haya encontrado en esta calamidad el mejor reflejo de lo que no es un país.
Cuando todo esto termine, no hace falta ser adivino para estar seguro de que ninguna autonomía tendrá culpa de nada y solo el Estado será responsable de unas muertes que, por otra parte, salvo a quienes tienen que lidiar con ellas no parece que hagan temblar las conciencias de nadie. Y en un futuro próximo la gente tendrá que ir redistribuyéndose (si les dejan) para optar a una comunidad en la que sentirse mejor atendidos. Es falso hablar de la educación en España como es absurdo hacerlo de la sanidad en España. Poco a poco hemos conseguido quebrar el país como un suelo sin agua, víctimas de nuestra fina piel, más atenta a no molestar los estúpidos sentimientos identitarios que a construir un país en el que todos sus ciudadanos puedan sentirse iguales. Cualquier queja del sistema es inmediatamente catalogada de retrógrada y las ideas parecen ser la propiedad particular e intransferible de quien las defiende. No creo que seamos capaces de otra cosa que blandir la lengua y poner la mano. Si encima somos viejos, antes de pedir ayuda nos darán morfina, para que dejemos de molestar.
Comparto todo lo que escribes, desde la primera palabra a la última. No se puede decir mejor y más claro.
ResponderEliminarImpresionante tu reflexión. Tanto como dolorosa y certera.
ResponderEliminarViste España de catafalco y oro.
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