Fue a finales del 88, en los prolegómenos de la célebre huelga general del 14-D, cuando el entonces párroco mayor Julio Anguita exaltó la fe de sus feligreses diciéndoles que aquel día debían parar «hasta los relojes». «El suyo lleva mucho tiempo parado», glosó inmediatamente, y desde El País, Fernando Savater, Savataire, como lo llamaba Umbral, otro que por aquella época también se fue de El País, si bien por propia iniciativa. Más de 35 años después de todo aquello, esta mañana, me entero de que a Savater lo han echado de El País, después de un entretenido pulso en el que siempre pensé que acabaría ganando el periódico, porque para ello no tenía que hacer nada, tan solo dejar que el decano de sus articulistas dijese lo que le viniera en gana. Pero no: ha ganado Savater, El País se ha hartado de que su columnista más leído lleve tiempo flirteando con lo que la intelligentsia del gobierno actual considera intolerable, y eso que tiene buenas tragaderas…
He leído siempre a Savater y lo he empleado muchas veces en clase para explicar lo que es una buena columna. Textos suyos como el dedicado a la reconstrucción de Notre Dame eran modelos de argumentación, de gracia expositiva, de sentido de la proporción, de agudeza, de ironía, de cultura verdaderamente integradora, la que junta un proverbio árabe con un organista católico y el resultado nos da una imagen nítida de lo que significa el patrimonio cultural. También he estado en desacuerdo con él, sobre todo cuando discutía con Ferlosio y lo tachaba de prolijo, pero eso no significaba que dejara de leerlo.
Últimamente es verdad que sus posiciones eran abiertamente antigubernamentales, algunas un poco pasadas de rosca, de tan provocadoras, tanto que muchos feligreses de este PSOE irreconocible lo acusaban de tener tratos con Vox, que es lo peor de lo que a uno se le puede acusar en España. Y todo porque decía, por ejemplo, que es inaceptable que se negocie con delincuentes como Puigdemont (hoy mismo el gobierno ha acordado absolver a los encausados por terrorismo), que no puede pasarse página de más de mil asesinatos, casi todos por la espalda, dando besos y abrazos a quienes consideran a sus responsables héroes de la patria, o que no aportan nada esos intelectualillos gazmoños que solo hablan para partidarios, les dicen lo que ya saben, los reafirman en lo que ya creen, pero no les plantean preguntas ni les cuestionan sus propias ideas, aparte de que no saben escribir.
No, yo no estaba de acuerdo con todo lo que decía Savater. El otro día, por ejemplo, me molestó verlo practicar cierto funambulismo léxico, al estilo de Ortega, para justificar de algún modo a los salvajes del gobierno de Israel, con aquella distinción entre humanismo y humanitarismo. Pero me daba igual porque al sábado siguiente lo seguía leyendo, incluso con renovado interés. Siempre me contaba algo que no sé, o me proponía una forma de ver las cosas que me puede resultar lejana pero dicha por un sujeto inteligente no deja de tener su punto. Y me gustaba —y me gusta—, sobre todo, algo que echo de menos en las generaciones que han tomado, por así decirlo, el testigo de la voz. Uno cree en el individuo, no en la masa; en las ideas, no en las ideologías, y detesta a los párrocos cantamañanas y a los que pronuncian lentamente sus frases de catálogo para metértelas por el oído como si fuesen de algodón.
Parece ser que el principio del desencuentro entre Savater y El País tuvo lugar en la época del 15-M, cuando más de cuatro millones de ciudadanos votaron a Podemos y Savater reconoció que no se imaginaba que en España hubiera tantos bobos. Ni yo tampoco. Ni yo ni muchos socialdemócratas que juzgamos el contenido de lo que se dice, no prejuzgamos a quien lo va a decir, y desde luego no consentimos que nos larguen homilías ni nos digan cómo tenemos que hablar o qué debemos pensar. El gregarismo borreguil es incompatible con el pensamiento libre. Uno goza leyendo a Baroja y a Unamuno, a Ferlosio y a Savater, tipos libres, in-di-vi-duos, no tributarios de lo que conviene al jefe. Y aunque a veces he pensado que Savater se empeñaba en no moverse mientras el mundo iba girando a su alrededor (algo parecido a lo que él criticaba de Julio Anguita), ahora me temo, y por otra parte lo siento, que quien va a salir perdiendo aquí no es él, al que todo ya le da lo mismo, sino ese periódico en el que aún quedan buenos escritores (Vicent, Millás, Muñoz Molina) que a estas alturas deben de estar mirándose las yemas de los dedos y sintiendo la obligación de echar su cuarto a espadas. Ojalá.
P.S. Millás lo hizo presentando con todos los honores, incluidos los cursis, a la sustituta de Savater en la columna de los sábados.
¡Viva la Pepa!
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ResponderEliminarSaludos.
¿Descalificación a la dirección por sus artículos? Volvemos a la época de Sánchez Mazas y el ranciofranquismo (si se me permite la expresión).
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