Cuaderno de invierno, 49
Ya se acaba el menguante y quiero terminar el trozo donde plantar ajos tardíos. Falta poco, un par de hábitos de franciscano extendidos en el suelo, y lo hago con la horca de labrar, de recia dentadura. Este otoño preparé la tierra con el palanquín, pero vinieron los fríos, la noche y la galbana, y lo dejé todo a mitad. Ahora he descubierto que la horca exige menos esfuerzo y hace la misma labor, si bien no rompe después los terrones con la misma eficacia y hay que doblar el espinazo para deshacerlos con las manos.
De todas formas me sigo resistiendo a usar mula mecánica. Ayer mismo el vecino labró una pieza grande, le pasó el rotovátor y la dejó fina y mullida, lista para plantar. Yo ahora terminaré la sección de los ajos, pero me queda hasta mayo para ir labrando lentamente lo que queda del huerto. Es esta lentitud, la misma que me debería empujar a traer un motocultor, la que me llama la atención y me aficiona. Estoy aquí para vivir en otra dimensión del tiempo: cuando faltan pocos días para que algo tenga que estar hecho, y no hay ninguna otra labor urgente, no siento la necesidad de terminarlo cuanto antes, al contrario, distribuyo la faena para que coincida el tiempo del trabajo y el tiempo de la espera. Cuando he terminado, recojo el hábito y me subo a leer textos sagrados o me siento a contemplar el panorama. Desde luego que con este sistema es imposible que nada sea productivo, pero no hemos venido a este lado del mundo a producir nada. La vida ya nos exprimió bastante y el retiro es eso, un apartarse del sistema de producción, un desenajenarse. Pero también veo al labrador mudéjar que alquiló el bancal de abajo, un hombre joven que sí quiere rentabilizar el huerto y no mide la faena con hábitos contemplativos. En una tarde hace más que yo en un mes, y da gusto verlo trabajar, afanándose por llegar al final de la hilera con los planteros tempranos y cubriéndolos después con plásticos negros para que no los quemen las heladas. Su tiempo es otro. Combate el invierno, engaña al frío, exprime la tierra como él en su plenitud se exprime a sí mismo. La tierra está para cultivarla y la fuerza para gastarla, parece pensar, no para quedarse en casa y mirarla por la ventana.
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