Íbamos a esperar, como es costumbre, a las vísperas de San José, pero viene todo tan adelantado que ya hemos empezado a podar las parras. Todo ha de ser que empiecen los sarmientos cortados a llorar antes de tiempo y una noche la savia se les congele. Dicen que el lloro no les viene hasta que la tierra coge un poco de temperatura…
En otros lados del jardín, en otros sombrajos y cenadores, pusimos moscateles sin pepita, la mar de dulces. Estas otras hay que pelarlas y la pulpa es ácida pero sabrosa. Son las uvas con que antiguamente se hacía el vino casero, no sé yo si el mismo que antes de la filoxera llenaba los trenes de toneles, aquel potente vinazo que debía de ser como un suplemento alimenticio para las magras vituallas de diario. Nosotros no hacemos vino pero he probado alguno hecho con uva similar, y más vale acompañarlo con bocados contundentes que llenen el estómago si uno quiere mantener el equilibrio cuando se levante de la silla. Preferimos las mermeladas, que salen muy ricas sin apenas echarles azúcar.
Siempre estuvieron ahí, y algún año hubo, por esas cosas de la vida, que dejamos los sarmientos sin podar. Se hicieron enormes, pero ya llevamos una larga temporada cuidándolas para que sigan produciendo esa reliquia de sabor. Ahora ya están viejas y de vez en cuando alguna rama seca termina haciendo brasas para las chuletas, pero queremos que nos sobrevivan, que estas uvas recias sigan siendo un fruto del pasado.
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