Cuaderno de verano, 12
Hay plantas muy vistosas que pertenecen a la clase social de los hierbajos. La razón es muy simple: nacen en cualquier parte, se reproducen vertiginosamente, y se nutren con el agua que les llega de las otras plantas, las de clase alta, esas que necesitan de atenciones permanentes. Aquí hemos dejado que proliferasen los dondiegos, el Mirabilis jarapa, originaria del Perú, cuya descripción, usos y propiedades daría para unas cuantas entradas. De toda esa información enciclopédica, lo que más me llama la atención es que en castellano reciba más de cincuenta nombres populares. De ellos, y aparte de dondiego, me gustan pericón y arrebolera, y me sorprende que en algún lugar la llamen hierba triste porque es justo lo contrario, con sus flores blancas o rosas o amarillas, a veces bicolores, a veces jaspeadas, que se van tintando de un rosa fuerte hasta llegar al intenso morado a finales de verano. El hecho de que tenga tantos nombres ya es índice de que quizá sea la flor que menos cuidados necesita. La he visto en los pueblos, en las puertas de las casas, llenando el alcorque donde nace la parra, y en tapias y rastrojos, casi como hortensias de secano. Nosotros las tenemos en el borde de la acera y junto a la cerca del huerto. Hace quince días no había ni rastro de ellas. Tan ingenuo como todos los años, me preguntaba si no se habrían secado los bulbos, o no habrían contraído alguna enfermedad extraña. Pero pronto asomó una plántula que en cuatro días, contados con los dedos, era ya un tallo de más de un palmo, y otra semana después hay que arrancar unos cuantos porque han nacido también en las veredas del huerto y hasta en los arriates de los crisantemos, que siguen su lento proceso. Pronto habrá que sujetarlos con una beta para que no se acuesten como las tomateras, o segarlos en medio del verano, porque seguro que vuelven a salir. La resistencia es virtud que solo valora quien la tiene: los demás tienden a despreciar todo aquello que no causa más problema que su exceso de salud. Llevado por un cierto sentido de la justicia botánica, nosotros los regamos como a esas otras que si no estuviésemos encima morirían, y los mantenemos erguidos igual que a las ilustres tomateras, incluso tratamos de no mezclarlos, para que no terminen todos con la misma color.
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