25.7.25

Método

 Cuaderno de verano, 35


Aquí hacemos las cosas como antiguamente, pero no como las hacían nuestros abuelos sino como era costumbre hace dos mil años. La razón es tan gratuita como el mismo hecho de cultivar un huerto: el campo está más allá del tiempo. Salvo los odiosos ailantos, que algún mercader sin escrúpulos trajo hace tres siglos de la China, y las lánguidas catalpas, todo lo que veo desde esta silla en la que escribo podría haberlo visto un turboleta de antes de Cristo, o un románico mudéjar más de mil años después. Imagino que entonces ya estaría Digitaria sanguinalis, la pertinaz pata de gallina que, junto con la infatigable grama, la verdolaga y la cincoenrama, se ha adueñado en dos días del trozo de huerto donde tenía puestos los ajos, y que ahora estoy cavando para plantar las últimas alubias de la temporada. 
Los antiguos, sin embargo (y no tan antiguos, porque todavía es apero común), usaban el rastrum, un azadón con dientes o púas, lo que por aquí se llama los ganchos, que no es lo mismo que la azada (sarculum) ni que el rastrillo (rastelli). Tenía un cabezal de hierro puesto en ángulo recto a un mango de cierta longitud, normalmente con dos dientes (de ahí bidens, como los corderos para el sacrificio), pero a menudo hasta cuatro, de donde los rastros quatridentes de que habla Catón. El fossor, el cavador, levantaba en el aire el cabezal, sostenido por el mango, y lo bajaba de golpe; luego, tirando del rastrum, arrancaba un terrón, de modo que pudiera desmenuzarlo dándole la vuelta, con la parte de atrás a modo de martillo. 
La literatura antigua sobre este asunto es abundante, pero ahora lo que me sorprende es que no usaran la laya, que es palabra vasca a la que ellos llamaban furca (de donde viene el inglés fork, por su forma de tenedor), pero no tan consistente como para voltear la tierra con ella. No solo es curioso que prefiriesen doblar el espinazo para clavar los hierros en el suelo apelmazado, en vez de hincarlos empujando con el pie como se empuja el palanquín, sino que trabajaran pisando lo recién cavado en vez de lo todavía por cavar. Pero hay dos cosas que seguro que no han cambiado: que, con apero o sin apero, las hierbas tienes que arrancarlas con los dedos, y que al día siguiente ya han vuelto a salir. 

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