19.9.25

Ofrenda

Cuaderno de verano, 91


Tal día como hoy terminaban en Roma los Ludi Magni, las fiestas mayores, llenas de competiciones y espectáculos, para celebrar el fin de las cosechas (quedaba la vendimia) y de las campañas militares. Eran días de holganza, de abrir las barricas del año anterior y comerse todo lo que aún no se había metido en las tinajas. Nosotros vamos recogiendo vituallas para una última cena a la luz de la luna. Ya tenemos localizado el tomate glorioso que nos vamos a comer, que dejamos en la mata para que acabe de coger color. Bajo un sol de justicia hemos ido arrancando las hojas más grandes de la albahaca, para hacer un pesto con los piñones que recogimos estos días al pie del pino viejo. Pondremos judías, apenas escaldadas, y es posible que saquemos algún puerro con fuste suficiente para comerlo hervido, sin que pierda su forma ni apenas su textura, como si la esencia consistiera en dejar las cosas como están. Quedan unos cuantos pepinos majos que agregar a la ensalada, no muy grandes, para que no pierdan el dulzor y se deshagan en la boca. Rallaremos las manzanas, que siguen algo ácidas pero en compota y con una miel de Ladruñán que nos trae un buen amigo harán un postre magnífico. 
Cuando era pequeño e íbamos a ver a los parientes de algún pueblo, en una época en la que la despensa todavía se llenaba sin salir de casa, yo veía a mis padres que se deshacían en elogios con los tomates, y levantaban la barbilla y cerraban los ojos para paladear una lechuga, y nuestros anfitriones, sonrientes y orgullosos, aguardaban con expectación el veredicto: «¡Qué barbaridad!», decía mi madre, «¡qué bueno está este puerro!», y yo pensaba que lo hacían por agradar, porque no sintieran aquellas gentes que nos ofrecían alimentos demasiado humildes, ya ves. «¡A que está rico!», me decían. «Sí», decía yo, mascando trabajosamente un cacho de berenjena.
Y de pronto me convierto en mis parientes, y organizamos un modesto banquete de fin de temporada y no podré ocultar una sonrisa satisfecha cuando alguien se sirva más pimientos. Y ellos se desharán en elogios, cualquier sabe con cuánta parte de agrado y cuánta de ganas de agradar, como nosotros entonces. Y brindaremos por Júpiter o por la Virgen de la Cueva, da lo mismo, con un vinillo que ha estado esperando en la penumbra del lagar.

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