28.7.25

Fresco

 Cuaderno de verano, 38


«Ya se ha jodido el verano», se decía antiguamente (esta vez un antiguamente difuso y cercano, de cuando éramos pequeños y oíamos hablar a los abuelos, que lo usaban para referirse a sus años mozos o a todo lo que hubiera sucedido antes del desarrollismo), cuando a finales de julio venían estos días frescos de desplegar la colcha y cerrar por las noches las ventanas. Si además se preparaba un par de tormentas seguidas, había que ir sacando del armario las chaquetas y los refranes del año anterior, «en agosto, frío al rostro», con ese sentido anticipatorio, un tanto exagerado, con el que se dice aquel otro de «en febrero, busca la sombra el perro».  
Para mí es una excelente noticia que a las siete de la mañana convenga echar mano de la chambra, por más que cuando el sol empiece a calentar haya que llevarla atada a la cintura. Pero las cosas han cambiado. Los perrillos de un cercado que a estas horas ya suelen haberse metido a la sombra descansan al sol —y no estamos en febrero— hechos un ovillo, y hay un gato subido a un tejado, en su vertiente sur, sentado junto a la veleta. Algunas plantas han reaccionado al fresco: los carrizos están más tiesos y envarados; a las lechuguillas, que parecen cardos desmedrados, les han salido unas flores amarillas diminutas, e incluso hemos visto un estramonio en flor. En los campos recién segados empiezan a brotar los ricios, y a la orilla del camino los manzanos están cuajados de pomas. Es como si el verano hubiera declinado y quedaran víctimas por el camino, sobre todo las que no son propias del lugar: los gladiolos, por ejemplo, tan rampantes el otro día, ya están un poco pochos, y alguno medio seco.
Pero donde más se nota el cambio de tiempo es en el agua, que suena más fría, y no es una sinestesia. El calor la enturbia un poco y ahora suena más rápida y más dura, más burbujeante en los saltos mínimos que hay en la acequia. En el lecho se ven los nítidos contornos de las piedras, como con la transparencia del deshielo. Me inclino para meter la mano y enseguida se me pone colorada y siento un frío vivificador que no me da nostalgia de ninguna clase. Ojalá sea cierto y de pronto se haya ido el verano. No caerá esa breva.

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