Cartel
El nuevo cartel de fiestas de La Vaquilla está muy bien, como siempre. Es correcto, peregrino y significativo. El cuerno, el rojo, la estrella mudéjar. Muy bien, igual de muy bien que últimamente. Todos estamos convencidos de que los expertos en cartelismo que han formado parte del jurado eligieron la mejor opción. Muy bueno el juego de letras, con ese toque tan aragonés de la palabra ‘angel’. Porque no son las ‘fiestas del ángel’ sino las ‘fiestas del angel’, con acento en la e, igual que algunos pronuncian ‘Zaragozá’, recalcando las esencias de la tierra. Que nadie piense que es una falta de ortografía cualquiera. No es como si dijese ‘fiestas del hánjel’, por ejemplo. Nada de eso. Es un toque de modernidad, que quizás habría resaltado más si el autor hubiera escrito ‘fiestás del angel’, de un aragonesismo ya sin paliativos.
La ortografía está para que la usemos. Han pasado ya los años en que uno presentaba un escrito en el Ayuntamiento y le daba cierto pudor haber cometido alguna falta, no le fuesen a tomar por analfabeto, que era lo peor. Atrás quedaron los tiempos en que las cartas de amor estaban salpicadas de faltas como lágrimas: “Te hecho de menos”, “no puedo bibir sin tú”, etc., etc. Leías una de esas cartas y se te partía el corazón. Y no es para tanto. Ya dijo García Márquez, en el congreso de Cartagena de Indias (o en otro, no sé), que había que desterrar las haches rupestres, todas, y dejar al usuario libertad para silbar su propia melodía, es decir, usar los acentos como le diese la gana.
En Teruel eso antes se respetaba mucho. En Monreal del Campo, hasta hace cuatro días, presumían de que no había nadie en el pueblo que cometiese faltas, y de que todos practicaban una caligrafía excelente, a pesar de las vueltas que hubiese dado la vida. Ahora ya no, ni en Monreal ni en ninguna parte. A los escolares les importa un bledo, sus mayores casi se sienten orgullosos de escribir como se tercie, y de la jerga libérrima de los mensajes electrónicos ya no merece la pena irritarse. No podemos censurarlos: si esa gente no escribiese así, no escribiría de ninguna manera. Algo es algo.
29.6.05
9.6.05
Marihuana
Vivimos en una sociedad donde las personas que, en opinión de los facultativos, no deberían tener acceso a los narcóticos gozan aparentemente de un ilimitado acceso (ilegal) a ellos, mientras las personas que, en opinión de los facultativos, sufren la necesidad más urgente de narcóticos tienen escaso o nulo acceso". Esto lo escribió el psiquiatra Thomas Szasz hace trece años, y esta semana hemos sabido que en Estados Unidos ha sido declarado ilegal el uso de la marihuana por motivos terapéuticos, es decir, que quien quiera consumirla puede acercarse con disimulo al camello más próximo, pero si uno está hospitalizado y necesita calmar los desagradables efectos secundarios de la terapia tiene que aguantarse o recurrir a productos químicos.
Thomas Szasz, aunque no lo parezca, es un liberal ortodoxo: todos nacemos con las mismas oportunidades y asumimos los mismos riesgos. Los planes de demolición de la seguridad social norteamericana son un ejemplo muy claro y sencillo. La pavorosa barra libre de armas decretada en Florida es otro caso muy transparente. Lo lógico, en pura lógica liberal, sería entonces que el acceso de estos enfermos a las drogas fuese libre: opción libre con riesgo libre, como en todo lo demás.
Pero de pronto –lobbies farmacéuticos aparte– aparece la moral, la decisión caprichosa sobre el derecho de un individuo a su propio cuerpo, una actitud rigurosamente antiliberal y antiprogresista. Una actitud, en cambio, rigurosamente conservadora: usted, parecen decirle, es el más libre del planeta pero hay determinadas cosas que a mí no me da la gana que haga; no puede calmar su malestar con marihuana, y no porque esté contraindicado por los médicos que tratan de curarle, que no lo está, sino porque a mí no me da la gana. Ese debe de ser el argumento: uno puede ponerse hasta las cachas de orfidales pero si se fuma un porro lo meten en la cárcel; puede beberse hasta el agua del florero y agarrar unas pítimas escandalosas pero si reúne un poco de marihuana porque piensa que sufrir no es obligatorio lo pueden empapelar en nombre de la libertad.
Thomas Szasz, aunque no lo parezca, es un liberal ortodoxo: todos nacemos con las mismas oportunidades y asumimos los mismos riesgos. Los planes de demolición de la seguridad social norteamericana son un ejemplo muy claro y sencillo. La pavorosa barra libre de armas decretada en Florida es otro caso muy transparente. Lo lógico, en pura lógica liberal, sería entonces que el acceso de estos enfermos a las drogas fuese libre: opción libre con riesgo libre, como en todo lo demás.
Pero de pronto –lobbies farmacéuticos aparte– aparece la moral, la decisión caprichosa sobre el derecho de un individuo a su propio cuerpo, una actitud rigurosamente antiliberal y antiprogresista. Una actitud, en cambio, rigurosamente conservadora: usted, parecen decirle, es el más libre del planeta pero hay determinadas cosas que a mí no me da la gana que haga; no puede calmar su malestar con marihuana, y no porque esté contraindicado por los médicos que tratan de curarle, que no lo está, sino porque a mí no me da la gana. Ese debe de ser el argumento: uno puede ponerse hasta las cachas de orfidales pero si se fuma un porro lo meten en la cárcel; puede beberse hasta el agua del florero y agarrar unas pítimas escandalosas pero si reúne un poco de marihuana porque piensa que sufrir no es obligatorio lo pueden empapelar en nombre de la libertad.