14.9.06
Diógenes 2
Ningún médico pondría inconvenientes a una definición del síndrome de Diógenes como aplicable a los acumuladores compulsivos de basura, una definición muy elástica porque cabe en ella desde Pedro J. Ramírez hasta Ramón Gómez de la Serna. Todo depende de la relación que tengamos con la mugre. O con la acumulación compulsiva, porque el caso más patético de esta enfermedad que yo he encontrado es el de una señora, lejana pariente mía, que acumuló durante años compulsivamente toda clase de figuritas, obsequios de convite, monigotes de propaganda, cliks de playmóbil, dedales, bolas de esas que nievan cuando se les da la vuelta, latas de esas que mugen cuando también se les da la vuelta, conchas de tellina, sortijas de plástico, soldados de aquellos diminutos que se vendían en sobres y, en general, esa clase de objetos que las madres, tarde o temprano, suelen llamar mierda.
La raíz de su obsesión era de índole sentimental. Había tenido muchos hijos, y sus hijos le habían dado muchos nietos que se criaron en casa de la abuela. Generaciones de monicacos le ponían la casa patas arriba y después dejaban los juguetes desparramados por el suelo. Cuando las hijas y las nueras dejaron de parir, y a la espera de que empezasen a llegar las nuevas remesas de bisnietos, la mujer, por esa traición de que secretamente nos culpamos al tirar a la basura un objeto que ha hecho a alguien feliz, guardó aquella masa informe de chucherías y la colocó donde pudo, es decir, por todas partes. Pero lo más terrible es que, a pesar de ser una acumuladora compulsiva de basura, mi tía lejana era muy limpia, y se pasaba el día limpiando el polvo de los juguetillos. La recuerdo subida a una silla, con un trapo en la mano y un dedo metido en el trapo con cuya uña sacaba motas de polvo alojadas en los pliegues de un guerrero árabe de dos centímetros de altura. Si el síndrome le hubiese dado de lleno, si hubiera desconectado también las terminales de la vida en sociedad y se le hubiese atrofiado la pituitaria, su situación habría sido más patética, pero ella no se habría deslomado. A los hijos, tanto trabajo esclavo les parecía una muestra más del gran corazón de la abuela, no de su tormento interior ni de su progresiva pérdida de la razón.
sí, si, visto con amplitud, todos podemos llevar un "Diógenes" dentro...
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saludos cordiales!