14.9.06

Diógenes


No me gusta que a los acumuladores compulsivos de basura los llamen enfermos con síndrome de Diógenes. Es otra de las malvadas erratas culturales que dejó caer el cristianismo. Diógenes no acumulaba nada, se desprendía de todo, y era ese desprecio a la propiedad y al hogar como cárcel o castillo lo que, ya desde el principio, todo hay que decirlo, más irritaba a sus contemporáneos. Los perros no acumulan nada, salvo algún hueso que tapan con disimulo, por si se quedan sin cenar. Los perros, como Diógenes, ven las cosas como son y toman el mundo por lo que vale.
La otra noche, en mitad de un telediario, vi otra vez el caso de una anciana que vivía sin salir de casa y rodeada de basura. Son frecuentes estas noticias, pero no porque sean relevantes, sino porque en el fondo es a nosotros a los que nos atrae la podredumbre. Pero este caso era especial. La cámara filmó un barrido por el salón de la señora y allí todo lo que se veía era un montón de cachivaches desordenados, como son las casas diminutas de quien ha vivido mucho tiempo. No se veían ratas ni montañas de alimentos podridos. No había nada peligrosamente sucio. Se veían figuritas antiguas, libros viejos, trastos estropeados. Se veía lo que en el cine brit hemos visto mil veces mientras suena la música del principio, la casa de alguien que socialmente ya murió hace mucho tiempo, pero sobrevive entre recuerdos polvorientos que ya no le quedan fuerzas para limpiar. Si hubiera habido mierda patológica, las imágenes habrían sido otras, eso desde luego. La prueba es que no sacaron a ningún vecino quejándose del mal olor. Un fallo de producción.
Quiero decir que, en esta desaforada búsqueda de escenas degradantes, la televisión ya no sólo recurre a casos clínicos sino que prolonga su mafiosa costumbre de hurgar en la vida de los demás. No me pareció un caso de locura sino de abandono, como cuando ya no queda tiempo ni motivos para tener limpia la casa. O, sencillamente, porque a la señora no le gustaba limpiar. Quentin Crisp, el autor de El funcionario desnudo, decía que cuando dejas de limpiar una casa la sensación de suciedad dura relativamente poco tiempo, y al cabo de tres años, milagro, la casa deja de ensuciarse. Quentin Crisp iba siempre como un pincel y sus relaciones sociales incluían toda clase de perfumes caros, pero no es que estuviera loco sino que no le daba la gana limpiar.
Una de las tretas de dominación más voraces es la que ha sustituido lo inmoral por lo patológico. En términos estrictos, y por lo que se vio en la tele, esa señora era, por así decir, más curiosa que limpia, nada más. Sin embargo, en aras de la higiene y de la sanidad mental, prohibimos que esa señora flote los últimos años de su vida en un pantano de recuerdos. A este paso, un día entrará la brigada de sanidad en mi estudio, quemará todos los libros y me meterá en un sanatorio. Según cuando lo hagan, igual hasta me hacen un favor, quién sabe.

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