28.1.07

Barro


Mañana viernes se inaugura en la catedral de Palma de Mallorca la capilla del Santísimo, obra de Miquel Barceló. Cuando por fin sucede algo tan esperado, los escépticos de úlcera sangrante siempre lo achacan a las modas y a los medios. Hay una coartada histórica que consiste en desacreditar el triunfo, en dar por seguro que el sistema no genera verdaderos genios, que siempre va por detrás de sus alumbramientos. La imagen del rey mañana dándole al artista palmaditas en la espalda corre el riesgo de no ser vista como un triunfo de todos, como la oportunidad de haber visto nacer una obra de arte que vivirá para siempre, y que como gran obra remitirá a los visitantes del futuro a una hermosa imagen del mundo que nos tocó vivir.
He seguido durante los últimos seis años lo que se publicaba sobre el proceso de gestación de la capilla. Me fascinaba tal despliegue de sabiduría en aras de retroceder a lo esencial, al barro eternamente cuarteado. Las técnicas para amasar semejante piel de arcilla han exigido nuevos descubrimientos de los artistas alfareros. Sometidos a la presión de lo insólito, de la imaginación del pintor, han generado soluciones nuevas que garantizasen la solidez de la escultura de aire, como la llama Barceló. Pero esto es lo mismo que ha hecho él, porque se ha sometido a un espacio sagrado, a un tema evangélico, a una solemnidad estética y al símbolo que debe despertar la fe. Los espacios mínimos le exigen al pintor lo mismo que el pintor exige a sus ingenieros del barro.
Me gusta Barceló porque lo entiendo y me impresiona, que es lo que me pasa con cualquier gran artista de cualquier época, y porque cualquier descripción objetiva de sus obras, por científica que sea, genera borbotones de poesía. Mientras iba dando forma a su capilla he podido disfrutar de las acuarelas que ilustran la Divina Comedia. Qué dominio debe tener del oficio un artista cuando hasta las gotas se le escurren con formas vivas, transparentemente dramáticas. Y también he podido leer un libro que ya otra vez recomendé aquí, los Cuadernos de África, gran literatura: “Ellas reposaban sobre mi corazón como un sapo sobre una piedra”, te puedes encontrar de pronto. O bien algo que sólo debería estar permitido que dijesen los genios: “Nunca me ha gustado trabajar. La pintura es fango que remuevo con un palo. Miro las imágenes hasta que desaparecen. Una y otra vez. Cuando se seca, se acabó; me voy a dormir, sucio y contento”. O bien el único principio que se les debiera exigir a los artistas, de la disciplina que sean: “Quiero pintar las cosas como nadie antes que yo”. Las cosas, sobre todo las cosas.

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