28.2.07

Descomposición


Diario de Teruel, 1 de marzo de 2007


Si la decadencia de una cultura se mide también por sus manifestaciones artísticas, el cine norteamericano está en una de las épocas más adiposas y degradadas de su historia. Lo que uno pudo ver el domingo pasado, en el sarao de los Oscar, fue, por encima de todo, un homenaje al descrédito de la ficción: actor y actriz protagonistas premiados por imitar a alguien real, no por interpretar un personaje ficticio; mejor película para una repetición de otra película, pero sobre todo para premiar al individuo, no a su obra; y, en fin, la típica decepción ponderativa de la gran favorita, Babel, que es una de las películas más irritantemente malas que he visto en mucho tiempo.
En vez de juzgar, que tampoco sirve para mucho, limitémonos a interpretar. No creo que a muchos ciudadanos les apetezca pagar y permanecer dos horas en un asiento viéndole la cara a la reina de Inglaterra. Sin embargo, nos fascina que alguien la imite. Vamos a ver una superchería, no un producto de la imaginación. Es como la gente que antes salía del cine diciendo que la fotografía era muy bonita, sin molestarse en hablar de un argumento que o no les interesaba o no habían entendido o ambas cosas a la vez.
Claro que, si se trata de la reina de Inglaterra, la cosa todavía tiene un pase; pero no me explico a quién puede interesar la vida de aquella bestia parda que se llamó Idi Amín, vergüenza y descrédito del ser humano que en mi infancia ocupó, con realismo en blanco y negro, el papel de coco, hombre del saco y monstruo de Guatemala, todo junto. Ambos actores son muy buenos, cómo no, pero ponen su talento al servicio de un detestable docudrama que ni es docu ni es drama, que no es ficción, que no es arte.
No es nueva esta afición por el histrionismo histórico. Hay gente que se hace rica novelando la historia, escandaloso fraude que libera al autor de inventarse una trama o de crear unos personajes y mucho menos un conflicto, digamos, trascendente. Lo esencial no es lo que se cuenta sino el hecho de que se cuente; lo importante es Whitaker, no el coco; lo importante es el cine, no la película. Este onanismo está empobreciendo tanto al cine que cintas ampulosas y vacías como Babel pasan por ser obras maestras, y da igual que empalme tres historias porque ninguna por separado se sostendría, ni que todo el rato se nos diga, como si fuésemos tontos, qué tenemos que pensar. Casi estoy por decir que lo más ficticio de todo fue ver a Al Gore allí subido. Sólo la ficción podrá explicar cómo perdió las elecciones. La historia no da para tanto.

1 comentario:

  1. Anónimo10:37 a. m.

    Has cometido un fallo impropio de este blog. Has repetido la palabra descrédito. Imperdonable.

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