Diario de Teruel, 8 de marzo de 2007
El día que Aznar metió a España en la guerra de Irak se desencadenó un rosario de consecuencias entre absurdas y peligrosas cuya penúltima manifestación tendrá lugar el sábado en Madrid. No sólo demostró una ignorancia supina al no ver dónde se estaba metiendo, sino que tampoco se tomó la molestia de velar por su patria. La historia dirá algo tan simple como que el 11–M es un episodio que forma parte de la guerra de Irak. Si Aznar se pensaba que declararle la guerra a un país musulmán consiste en reforzar un poco las fronteras para que no las atraviesen con sus tanques oxidados, es que no tenía ni la más remota idea de política exterior. Si no consideraba que aquel atentado suicida era un acto de guerra, es porque no vivía en este mundo.
Pero luego vino la soberbia, esa trola pertinaz y jactanciosa del adúltero que sabe que su única salvación anida en la mentira. Ya para entonces el centro mesocrático exigente había volado por los aires. A partir de ese momento, el PP ya no pudo buscar más votos como en el 2000, a base de sonreír a los vecinos y demostrar que podían gobernar sin raparnos a todos el pelo. Un tipo que te mete en una guerra por pura vanidad y luego se llama andana no puede traer nada bueno. Los indecisos inteligentes, los que practican el sentido común y saben detectar el peligro, habían desaparecido.
La cuestión es que, sin un plus de votantes no incondicionales, el PP no puede volver al poder, y que ese plus, después de Irak, ya no está entre la gente sensata. Hay que ir a buscarlo a otra parte, hay que echar carnaza a los airados, apostolar a los temerosos y abastecer a los que necesitan leña para caldear su corazón, pero sobre todo hay que salir a la pesca de los ignorantes. Todos estos pollos que montan están dirigidos a una minoría capaz de creerse a pies juntillas cualquier incoherencia con aspecto apocalíptico. Y los primeros cómplices de la estrategia son sus propios incondicionales, gente de sobras cualificada como para enterarse de lo que verdaderamente sucede. Pero su fidelidad es a prueba de moral. Ninguno expondría semejante sarta de gedeonadas ante unos amigos a los que respetase, porque temería ofenderlos o hacer el ridículo, y sin embargo colaboran y mienten y acojonan igual que los hinchas de un equipo jalean a su delantero cuando engaña al árbitro débil y cobra un penalti injusto. Aznar les obliga a fingirse amnésicos y desinformados, a ver si pican los besugos y, sin necesidad de sacar la pata que metieron en Irak, regresan victoriosos al poder. Eso sí que tendría mérito.
Aznar se equivocó en su momento y Zapatero se está equivocando con tanta hipoteca.
ResponderEliminarUno iba sobrado, el otro está muy escaso y le espera el mismo destino