Estoy muy preocupado con el asunto de las abejas. Las abejas se mueren, a mansalva, sin comerlo ni beberlo. Un día va el apicultor al trasiego de las colmenas y se encuentra que no están, que se han ido, o que han muerto y sus cadáveres se han esfumado, o incluso que enferman gravemente y a los quince días se les pasa como si nada, que aún es más raro. A veces aparecen unas cuantas muertas y no es por una reyerta de zánganos ni por la cercanía de los rododendros. En algunos casos, de unos años a esta parte, se ha visto que las abejas se arrastraban partidas por la mitad, estragadas por las avispas asesinas y sobre todo por el abejorro del Japón, que es un bicho que cuando lo pisas da la sensación de que va a taladrarte la bota.
Pero estas plagas organizadas (las avispas recurren incluso a maniobras de distracción para franquear las defensas enemigas) son habituales como habituales han sido siempre los enemigos de la república, dicho sea en el más platónico de los sentidos. El cultivo de las abejas incluye su protección, su perseverancia en el orden perfecto del panal. Esto de ahora, sin embargo, es mucho más extraño. Colonias enteras de abejas desaparecen como por ensalmo. Los cuidadores se las pueden encontrar a todas muertas o desaparecidas, y el abejorro del Japón no ha sido. Algunos dicen que las ondas de los teléfonos, las radios y las televisiones las vuelven locas, como si de pronto todas se despistasen o perdieran la memoria y al no reconocer su hábitat ni sus costumbres se muriesen estupefactas en medio de la nada.
No es que yo practique la apicultura. En realidad, ni siquiera me gusta la miel. Pero encuentro en las abejas el símbolo perfecto de Occidente. Ningún otro bicho ha sido tan mimado por el ojo humano. El Curso completo de apicultura de Layens y Bonnier es uno de los más bellos libros de prosa científica que yo haya leído nunca, y el rastreo de las abejas por el mundo antiguo nos da muchas veces certeras claves para entendernos a nosotros mismos. Vemos, sobre todo en el género humano, las mismas matanzas intempestivas, estallidos de violencia que son como pequeñas metástasis de una gran enfermedad que nos corroe. Podemos morir o vernos obligados a grandes movimientos migratorios, pero nunca desaparecemos. Una especie de superstición poética me solía consolar pensando que las abejas eran nuestro reflejo cada día más perfeccionado, un resumen dulzón de lo que somos. En Estados Unidos ya han empezado a desaparecer.
Pero estas plagas organizadas (las avispas recurren incluso a maniobras de distracción para franquear las defensas enemigas) son habituales como habituales han sido siempre los enemigos de la república, dicho sea en el más platónico de los sentidos. El cultivo de las abejas incluye su protección, su perseverancia en el orden perfecto del panal. Esto de ahora, sin embargo, es mucho más extraño. Colonias enteras de abejas desaparecen como por ensalmo. Los cuidadores se las pueden encontrar a todas muertas o desaparecidas, y el abejorro del Japón no ha sido. Algunos dicen que las ondas de los teléfonos, las radios y las televisiones las vuelven locas, como si de pronto todas se despistasen o perdieran la memoria y al no reconocer su hábitat ni sus costumbres se muriesen estupefactas en medio de la nada.
No es que yo practique la apicultura. En realidad, ni siquiera me gusta la miel. Pero encuentro en las abejas el símbolo perfecto de Occidente. Ningún otro bicho ha sido tan mimado por el ojo humano. El Curso completo de apicultura de Layens y Bonnier es uno de los más bellos libros de prosa científica que yo haya leído nunca, y el rastreo de las abejas por el mundo antiguo nos da muchas veces certeras claves para entendernos a nosotros mismos. Vemos, sobre todo en el género humano, las mismas matanzas intempestivas, estallidos de violencia que son como pequeñas metástasis de una gran enfermedad que nos corroe. Podemos morir o vernos obligados a grandes movimientos migratorios, pero nunca desaparecemos. Una especie de superstición poética me solía consolar pensando que las abejas eran nuestro reflejo cada día más perfeccionado, un resumen dulzón de lo que somos. En Estados Unidos ya han empezado a desaparecer.
Estoy muy preocupada porque mi pueblo es muy colmenero y soy adicta a la miel.
ResponderEliminarDe pequeña iba con mi abuelo a "cortar los panales" y siempre me ha fascinado la laboriosidad de las abejas y su dulce producto.
¿Cómo es posible que se destruya algo tan bonito y bien organizado? será una señal de que acabaremos disueltos como la miel en el agua.