José Miguel Iranzo está ultimando un documental sobre la Semana Santa de Calanda que va a titularse Cajas destempladas. El verano me ha dado para ir al rodaje, en el monasterio de carmelitas descalzos que se cae a trozos en el Desierto de Calanda. Allí se rodaban las escenas en las que yo tengo algo que ver. El paseo por la Semana Santa se hace de la mano de Longinos, el soldado que le clavó una lanza en el costado a Cristo cuando estaba en la cruz. Este personaje aparece en casi todos las procesiones de Calanda, ataviado con una armadura del siglo XVI, vigilando el sepulcro de Jesús o la guardia que lo custodia. En el documental, entre las imágenes de las peanas y el ritmo de los tambores, Longinos pone su voz a unos textos e interpreta otros en las ruinas del monasterio. De esos textos me ocupé yo, y fui a vérselos interpretar a José Luis Esteban, de cuya calidad como actor sólo puedo decir que no se fue ni un milímetro del ritmo que yo llevaba en la cabeza cuando los compuse. Yo, desde luego, no le había dicho nada, e Iranzo no tuvo más que dárselos. José Luis está preparando ahora un Latino de Híspalis que va a cambiar la imagen que todos nos habíamos hecho del viejo capullo y va a devolvernos la que yo creo que más se ajusta a la estética de Valle−Inclán. Pronto traerán el montaje a Madrid.
La cosa tenía su miga porque yo había intentado reproducir en palabras algún que otro ritmo específico de los tambores calandinos. Incluso se los hice recitar al marqués de Valdeavellano en un capítulo del folletín, pero nunca imaginé que sonasen tan bien. La cámara de José Carlos Ruiz, sus imágenes de la fiesta y del tambor, y la mano de Iranzo están dejando un documental bien curioso.
Junto a ellos venía Javier Espada, que no sólo nos abrió las puertas del Centro Buñuel de Calanda, un lugar perfecto para conseguir que Buñuel sea, además de un mito al que se ponen velas y congresos, un director imitado, sino que nos llevó también a las ruinas del monasterio. Javier se las conoce al dedillo porque jugó en ellas de pequeño y ha visto hundirse los techos como un labrador ve sus árboles crecer. Allí tomé unas notas que prefiero reproducir tal cual en vez de engastarlas en alguna descripción. Las tomé precisamente para eso, para cuando tenga que describir una ruina.
Los arcos esqueletos de ladrillo.- Volutas que se desdibujan en chorriones ferruginosos.- Aljibes cubiertos de piedras.- Yedras derramadas por entre las columnas.- La cúpula una lenta lluvia de cascotes. La esfera perfecta descarnada, roídas todas sus capas de yeso, borradas las pinturas. Sólo quedan, como rancios exvotos de yeso, florones en las nervaduras, sucios de siglos.- Un chuzo de madera asoma como un ariete podrido entre los muros, en el apoyo de las vigas.- Capiteles borrosos de acantos y volutas enrolladas se conservan mejor, o dan la idea de lo que sería el monasterio conservado.
Con esto y unos cuantos datos ya tengo una bernardina. Por ejemplo el hecho de que al lugar no se le llame desierto porque se parezca a los Monegros sino porque se trata de un desierto de oración, un lugar remoto, envuelto entre vallejos de roca y sabina en cuyos lechos crecen álamos y se oyen chorros entre la maleza. Es un lugar autosuficiente y lleno de sombras, pero también, sobre todo en días de sol, cunde la sensación bíblica de la lejanía y de la extrema soledad, sobre todo porque al Norte la mirada se pierde en la inmensa llanura que baja hasta del Ebro, como si aquello fuera el desierto de verdad.
No voy a reproducir aquí los textos del documental. Prefiero colgar alguno que pueda escucharse mejorado por la voz de José Luis Esteban. Por lo demás, cuando Iranzo se mete en su cuarto con todo el material siempre saca algo nuevo, distinto y mejorado, una belleza limpia, sin trampas ni adornos de manual, sobria y directa, poética en su profunda transparencia. Iranzo sí conoce a Buñuel, y José Luis mantiene un bis a bis con el busto del maestro que es de lo que más me gustó. En España el reconocimiento académico suele ser inversamente proporcional a la influencia en los creadores, y en el caso de don Luis la cosa urge porque nuestro cine se está quedando sin sangre. Hablo de sangre auténtica, no la que se ve en la pantalla sino la que mueve las historias.
Longinos era hermano gemelo de Longines, un tipo que siempre llegaba puntual a todas sus citas, ya sea para crucificar a alguien, tocar el bombo a las cohortes (menuda diana la suya) o acudir a la sesión infantil del anfiteatro. Hizo buenas migas con Citizen y sus amigotes de parranda en la taberna de Jerusalén (Rolex, Lotus "el magnificus" y el rarito griego Omega). Longinos tenía poca vista y al pedirle la hora a su hermano se le escapó el pilum y se le clavó al nazareno, que ya iba hecho un idem.
ResponderEliminarFeliz regreso de vacaciones.
Buenas, don Antonio. Ya todos de vuelta de las vacaciones... Qué tristeza más grande.
ResponderEliminarPues a mí me está apeteciendo leer las palabras de Longinos y ver el documental y aplaudir al nuevo Latino de Híspalis.
Espero que nos avises cuando podamos asistir a alguna de estas cosas.
No se crea, hombre invisible. Al principio del proyecto yo pensé en usted y su sabiduría badánica, pero luego la cosa fue por otros derroteros. Salud y bienhallados todos.
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