24.2.08

NO ES PAÍS PARA VIEJOS


Lo mismo que me suele fastidiar de muchos cineastas de los 90, el exceso de referencias, de enciclopedismo visual, es algo que en el caso de los Coen llega incluso al regodeo, porque algunas de las referencias visuales de No es país para viejos remiten, precisamente, a esa estética noventera. En más de una ocasión casi estaba esperando un plano desde dentro del maletero, como en Pulp Fiction, pero a los Coen casi se les agradece tanta y tan inmediata, digamos, densidad visual. Es como si la película hubiese sido rodada entonces, y al habitual juego de retomar los géneros se uniera el de adoptar la estética de cuando se retomaban los géneros.
Lo que más disfruto de las películas de los Coen, aparte del casting (impresionantes los aldeanos, maestros de una sola secuencia, tanto el pobre hombre de la tienda como el de la camioneta llena de pollos o el que vigila la frontera, que es un cómic animado) es esa facilidad para enriquecer la trama con detalles que se valen a sí mismos y forman parte casi siempre del repertorio de lo memorable. Cualquier secuencia de la historia les sirve para montar una escena, que no es exactamente lo mismo.
En este caso practican el género thriller/rosario de la aurora, como en Fargo. Allí también nutren la trama con un coro de americanos profundos que dan una mezcla de risa y de miedo. Pero aquella era más cómica que esta. Aquí está el horror de Cormac McCarthy, la escena del niño que le vende a Bardem su camisa por un billete manchado de sangre.
Y Bardem me ha gustado mucho. Supongo que si fuera sueco también me habría gustado. Desde luego tiene un punto siniestro, un carácter de monstruo que llama la atención en medio de un catálogo de rostros profundos. A los americanos, viendo a Bardem, se les ha debido de juntar el expresionismo del personaje con la rareza del extranjero. Lo malo de la película hubiese sido descubrir que el encanto monstruoso radicaba en un comportamiento a la española que pudiera reconocerse desde aquí. Pero no es así en absoluto. Creo que sólo en una secuencia me acordé de que era Bardem, un momento en que puso cara de paleto español, no de paleto americano. Lo vi entonces metido en la peluca, lo vi fugazmente Bardem. El resto no es un personaje sino una composición; es esa, supongo, y no el tiempo que actúa, la diferencia entre un protagonista y un secundario. Pero es una composición icónica estupenda: su silueta tiene pinta de póster clásico, tan inconfundible como absorbente su cara en la película. Esos ojos de vaca buñuelesca, ese rictus un poco fruncido de quienes están permanentemente a punto de enfadarse. Y, como contraste, la risa boba, de payaso enfermo, de labios húmedos y dientes pequeños, que también son las risas de quien no ríe, las risas de quien va a dejar de reír. Y la peluca. Qué portento pop es la peluca. Un óscar a la peluca, por favor.
El decir que no era personaje no es ninguna forma de desdén porque en esa película no hay personajes en el sentido de gente que cambia su modo de proceder, que se enriquece dramáticamente. Se trata más bien de plantear una situación, es decir, cómo son las cosas con unos personajes como ellos, y no qué harían tales personajes sometidos a tales situaciones. El único al que se le ve derrumbarse es al policía, pero él está a merced del movimiento, no interviene en su destino. Son así los personajes de los tebeos. Los Coen lo practican con frecuencia, y cuanto más radicales son en esa estética, como en Muerte entre las flores, mejor les salen las películas.

2 comentarios:

  1. Anónimo7:40 p. m.

    Perfect! el comentario está muy bien, yo también pensé lo mismo con Bardem no parecia español hasta un punto,,, muy buenos los Coen, me encantan, y nada a esperar que lleguen las 12 para sentarme en el sofá toda la noche y disfrutar de los Oscars,, aunque mañana me costará mañana el dia

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  2. Excelente crítica de una película maravillosa.

    Es casi un sueño hecho realidad ver esta perfecta "fusión" de dos (tres en realidad, como cuatro eran los tres mosqueteros) de mis autores más admirados, Cormac MacCarthy y los Coen.

    Está claro que sus universos tienen puntos en común, pero la mezcla ha sido más maravillosa de lo que esperaba.

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