Esta noche, gran velada. Solbes vs. Pizarro, Doctor Pánfilo contra Camiseta Sudada. Lo veré, claro, en la esperanza, un poco ingenua, de que no sea una pelea de políticos sino una charla entre científicos. Lo veré como si todas las universidades del país tuviesen los vídeos a punto para estudiar mañana el debate ante sus más aplicados alumnos. De momento, ya es una vergüenza que dos personas adultas, prestigiosas y bien educadas necesiten un cronómetro y un moderador para comportarse en público como es debido. Con lo útil que sería para mucha gente ver que se puede hablar sin mentir, sin insultarse y sin gritar, y que el enfrentamiento entre dos científicos honestos es un espectáculo mucho más divertido que el jaleo bronco de sus dentelladas.
Pero esta no va a ser una velada de boxeo noble; más bien, sospecho, una sesión política de wrestling, de xondo, de lucha libre o como se quiera llamar a ese espectáculo extraño en el que dos enmascarados fingen que luchan y los espectadores hacen como que no se enteran. Yo quisiera saber, por ejemplo, cómo Pizarro justifica que la misma ideología económica que ha llevado al desastre de las hipotecas sin aval americanas defienda que uno de sus efectos es culpa de su contrincante, es decir, de quien no practica ese régimen tan descarnadamente liberal. Me sentaría esperando una nítida, pormenorizada descripción de lo que para cada cual significa, moral y económicamente, redistribuir la riqueza y proteger los intereses generales. Esperaría, en fin, aprender lo que no sé, y no encontrarme otra vez más con lo que los políticos piensan que nos merecemos: preguntas retóricas, datos amañados y acusaciones indemostrables. La salud económica española -dicen- depende sólo relativamente de sí misma, y los buenos ministros de economía se caracterizan por no dárselas de listos y no salirse del grupo que va en cabeza. De economía no sé nada, pero la retórica parda la controlo bien. En el peor de los casos, si no es posible una conversación entre caballeros, el aliciente será ver quién sigue castigando el hígado del adversario cuando el árbitro haya parado el combate, observar cuál de los dos púgiles miente mejor.
Al día siguiente...
Como, en efecto, de economía no sé nada, me limitaré a la retórica parda. A pesar de que el debate entre Solbes y Pizarro me ha parecido más interesante de lo que pensaba, he seguido echando de menos algo cuya ausencia creo que perjudicó bastante a Pizarro. Sólo cuando hablaba de la economía cruda lo veía en su salsa. Pero se notaba que lo habían forrado de datos por si acaso, y ese sometimiento al recitado le quitaba mucho interés, amén de que solía coincidir con largos periodos de repetir dos veces cada frase. En general, todo lo que le han aconsejado que diga es lo que le ha quitado interés. La gente quiere ver a alguien que domine al dedillo lo que dice. No se trata de que lo entienda, sino de que lo encuentre seguro, y, a pesar de todo, cualquiera podía entenderlos a los dos desde el principio, esa ya definitivamente inconfundible distancia que separa la social democracia del liberalismo neoconservador.
Hay un asunto en el que me parece muy feo que haya incurrido Pizarro. La chorrada esa del piso de Bermejo y la financiación de ANV. Es impropio. Ha sonado mal, como si acabara de decir un taco. La densidad ambiental de la conversación ha dejado en cueros la fragilidad de la demagogia. No necesitaba repetir eso. No necesitaba hablar más que de economía, y no colar en los momentos adecuados largas parrafadas de mensaje electoral precocinado que no tenían nada que ver con la economía. Esos cambios de densidad en el discurso implican que Pizarro ha aceptado el adiestramiento electoral, pero estoy seguro de que lo que hayan podido pescar entre ciudadanos incautos es mucho menos que la decepción que suponía ver que malgastaba el tiempo en argumentarios cuando la discusión cobraba vuelo bizantino.
A un candidato a ministro de economía no hay que decirle lo que tiene que decir. Hay que dejarlo suelto. La gente juzga impresiones, no datos. Pero los datos adquieren a veces una consistencia que determina las impresiones. Se trata de dosificación en el discurso, algo que se comprende mejor si se compara con el tono de los colores que con la certeza de las cifras.
En cuanto a los valores retóricos de la intervención de Solbes, quizá el primero sea que no ha dejado en ningún momento de hablar de economía y que ha deslizado una definición perfecta de los errores de Pizarro a propósito del valor de las estadísticas (uno de esos momentos en que Pizarro incluyó la falacia de la opinión estadística de los ciudadanos), cuando distinguió entre hard data y soft data. No deja de ser curioso que la clave del debate la hayan dicho en inglés.
Otra vez la impresión. En Solbes vemos a una especie de sabihondo don Pantuflo que es como esos contables que siempre se oponen a las ideas del hijo del jefe, que acaba de terminar la carrera. Me gusta esa asepsia, esa falta completa de pasión que pone a su discurso, sobre todo porque cuando le pone un poco, cuando el ojo se le abre un milímetro, la contundencia es muy considerable, y por otra parte siempre está pasada por años de parlamentarismo.
Una discusión es un discurso, y el orden de los argumentos sólo es estricto en quien desconfía de sí mismo. La buena improvisación es aquella que sabe aguardar al momento propicio para que los datos brillen mejor. Solbes aguardó con paciencia los dardos para contestarlos en su momento más oportuno. El de la vivienda, después de la impresentable andanada de Bermejo, fue muy significativo. Pero un buen luchador no busca golpes bajos. Confía en la consistencia de su pegada. En eso Solbes pienso que ha sido fiel a sí mismo (por otra parte, a ver quién es el guapo que le sugiere nada), pero Pizarro, que debía haber actuado también así, cometió el error de dejarse aconsejar. En economía no lo sé, pero en retórica es siempre fatal.
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