24.5.08

ESPARAJISMO


Diario de Teruel, 22 de mayo de 2008

La gente grita como loca de alegría o gime desconsoladamente de amargura por motivos cada vez más pueriles. El fin de semana pasado, los espectadores del telediario nos dimos un hartón de ver llorar o de dar botes de entusiasmo. Unos, porque su equipo había quedado sexto, se arrojaban a las fuentes y se daban puñetazos en el corazón; otros, porque el suyo había descendido, se enfrentaban a la fuerza pública y lloraban como si una fuerza de ocupación hubiese asaltado su pueblo y asesinado a varios miembros de su familia; pero en uno y otro caso se trataba de un primario instinto teatral que nos devora, el de magnificar las muestras de afecto y de odio por un quítame allá esas pajas, como parte de la diversión, con tanta efusividad como poca consistencia. Al día siguiente se les ha olvidado. Pero al día siguiente besan y abrazan a la gente por la calle y se dedican mutuamente unos esparajismos fuera de toda compostura, o gritan como rufianes y se amenazan de muerte, y al día siguiente se les ha vuelto a olvidar.
Y la cosa, quieras que no, penetra. Y debes andarte con cuidado porque, al menor incumplimiento de las expectativas de mutuo amor, las cañas se vuelven lanzas y te ves en unos bretes de lo más embarazoso. Echo de menos el tiempo en que los jugadores de fútbol iban bien peinados y no mostraban más efusividad que los de rugby, cuando decir qué alegría me da verte significaba eso, y cuando un breve silencio incómodo bastaba como todo reproche. La incultura de un país se nota en el exceso de palabras que necesitamos para mostrar las emociones, en la necesidad de sentimientos fuertes y de rituales estúpidos, en nuestra potencia para el desmadre y nuestra permeabilidad al olvido, en este insano magreo generalizado, un poco paranoico, según el cual quien no te halaga exagerada y gratuitamente es porque te odia, y a quien, por tanto, hay que zaherir sin miramientos y cruzar los dedos para que tropiece y se parta la crisma.
La gente que ríe o llora por cualquier cosa no es mucho de reflexionar. En Santander salió un anciano diciendo que el domingo había sido el día más feliz de su vida. En Sevilla se pusieron en pelotas. Claro que en todos los espectáculos lamentables hay su punto de humor, en este caso una pancarta en el estadio donde perdió el Zaragoza, y donde un individuo había escrito: “Aragón no se rinde”. Ahí queda eso, barbero.

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