¿De qué sirvieron aquellas gotas de doctrina cada día? Es posible que fuesen una lluvia fina que penetraba en nuestros cerebros sin que nos diésemos cuenta, pero el caso es que de las homilías matutinas no me acuerdo de nada. Yo sólo me acuerdo del poema de los calzoncillos. Ya entonces había sensibilidad y escrúpulo y todos los alumnos nos mudábamos a diario motu proprio, pero siempre había algún elemento retostado que no se había dado cuenta. Y, en verso o en prosa, había que decírselo.
Los tiempos cambian y también los calzoncillos, pero siempre hay que decir algo al que no se ha enterado. Las reglas de urbanidad no son de izquierdas ni de derechas. El amor propio y el respeto al prójimo tampoco, ni mucho menos lo que pasa en el mundo. Alguna vez he comentado que la Educación para la Ciudadanía es como enseñar a la gente a leer el periódico, a leer varios periódicos, a hablar del mundo real. A mí entonces me parecía inverosímil que alguien no se cambiase todos los días de calzoncillo como a algunos les puede parecer ahora que un alumno no sepa distinguir los derechos de los prejuicios. Aunque también hay padres que piensan que sus hijos se chupan el dedo, o que los profesores de sus hijos son tan sectarios como ellos y no necesitan dar clases de urbanidad ni orientan sus enseñanzas a la vida real. Y también hay políticos gazmoños y asociaciones meapilas, ángeles patudos y caballeros de mohatra que intentan payasadas como la de la Comunidad Valenciana. Y santurrones que aún confían en esa educación en la que está prohibido hablar de todo lo que tenga algo que ver con calzoncillos. Eso es lo que les dijo ayer el Tribunal Supremo, que practiquen un poco la higiene mental.
Diario de Teruel, 29 de enero de 2009