7.2.09

Galdós, Miau


Ya es casi un tópico literario decir que Galdós no quedó satisfecho con esta novela pero que sus contemporáneos la saludaron como una de sus mejores piezas. Es difícil escribir algo después de Fortunata y Jacinta y quedar contento, a no ser que se pretenda un refrigerio, una obra menor, que no es el caso. Miau es de la talla de novelas como La desheredada o El doctor centeno, es decir, la crónica de un derrumbamiento, de una locura provocada a partes iguales por la ingenuidad y por la claridad de ideas. Lo que no está claro aquí (y en las otras dos novelas sí lo estaba) es si Villaamil es o no el héroe absoluto. Villaamil tiene un destino literario paralelo a su destino vital. El mundo lo desprecia, pero resulta que el lector se siente también inclinado a despreciarlo en favor de otros personajes que lo acompañan como reprimiendo su condición protagonista. Es como si todos hubiesen rebajado sus pretensiones dramáticas para que el pobre Villaamil luciera más. Villaamil nos produce lástima, que es lo peor que puede producir un héroe. Ni Alejandro Miquis ni Isidora Rufete nos la producían, si partimos de la base de que no es lo mismo la lástima que el compadecimiento. La lástima se funda en el desprecio, y el compadecimiento en la comprensión profunda. En el fondo despreciamos a ese iluso (con las citas pertinentes del Quijote) que quiere introducir el income tax y todos se le ríen, que busca cita con el ministro y todos se lo espolsan. Este fracaso de hombre se sostiene por su bondad, y por una clarividencia que sólo aplica a los asientos contables (como Feijoo, por cierto) pero no a la vida real. Villaamil podría redimirse literariamente de su sórdida condición vital, gastar mejor humor y no exhibir ese tormento permanente, ese mal (tan español, por otra parte) de considerar que el destino es uno y nada más que uno, y que si te echan de la oficina es imposible buscarse la vida en otra parte. El precio de desnudar un lamentable rasgo social es cargarse la altura del personaje. Habríamos disfrutado más de alguien capaz de burlarse del destino como Víctor Cadalso, un secundario que merecía muchas más páginas de las que tiene.
Este caso es peculiar. Víctor Cadalso es un gran personaje porque se rebela dentro del destino de niño perdis que le ha deparado Galdós y se revela como un tío listo, pero no un criminal. Cualquiera se casa con una loca como Abelarda. Al principio creemos que además es un sablista, pero aquí Galdós está magnífico: no es un gorrón sino todo lo contrario: el método que tienen las mujeres de la familia para llegar a fin de mes. Podemos juzgarlo moralmente, pero el juicio vital es mucho más evidente porque se trata de un tipo que sí sabe torear con la Administración. Por momentos llega a parecernos el único cuerdo de toda la novela. A pesar de que al final Galdós trata de exhibir su condición desalmada cuando lleva a su hijo con la tía Quintina, la verdad es que tampoco nos parece tan monstruoso. El mundo de las miaus tampoco es ninguna bicoca.
Este Víctor Cadalso es de la estirpe de los personajes positivos, una mezcla de la tradición alegre y desprendida de los Miquis, del amor a la vida galante de José María Bueno de Guzmán; no es tan cabrón como Juanito Santacruz, ni tan irresponsable, ni tan estúpido, pero tampoco tan previsor como Augusto Miquis. Es un tipo que lo ha entendido. Se casó con la madre del niño Luis, hija del pobre Villaamil y hermana de la loca de Abelarda. En esa locura genética falta la esposa muerta, hierven los rencores por haber rehecho su existencia, la hermana de la muerta está secretamente enamorada de su cuñado. En fin, en ese potaje folletinesco Víctor exhibe cierta sanidad mental. Las mujeres de la casa solo piensan en ir al paraíso del teatro, el cabeza de familia es un pobre hombre que no acaba de cobrar la pensión, y al niño le dan vahídos por la calle y en sus ausencias ve a Dios.
El niño. Hay algo mortuorio en ese niño. Galdós lo sabe. El niño, medio ángel, medio mártir, se nos anuncia como una muerte patética, como son en las novelas las muertes de los niños, un poco para compensar ese cansino vía crucis de Villaamil que de vez en cuando se enreda un poco demasiado en sus delirios de papel de oficio. Galdós procede por manchas de color, y eso se percibe muy bien leyendo el esbozo de cuarenta páginas que precedió a la redacción definitiva. Las manchas de ácaros y covachuelas tiñen de gris la novela, y la imagen un poco límbica del niño le da una cierta palidez. En casa de las miaus sólo se percibe mugre, roña emocional. Da la sensación de que el único que se muda todos los días es Víctor Cadalso.
La objeción que yo me imagino se hacía Galdós debe de venir de que no confió desde el principio en que Villaamil pudiera sostener él solo la novela como la sostiene Alejandro Miquis en El doctor Centeno. Sembró a su alrededor dos o tres personajes secundarios y un coro de figurantes como el de la oficina (cómo me recuerda a la oficina de Valle-Inclán) o como el Ponce, el pretendiente de Abelarda, la buena estúpida persona. Pero a esos tres secundarios (el niño, Víctor y Abelarda) les adjudicó un conflicto mucho más interesante que el de Villaamil, que finalmente lucha lejos de todos, en una escena pastoral también muy quijotesca, a reivindicar su desgraciado protagonismo.
En el peor de los casos, el fallo de Galdós fue construir personajes demasiado buenos. Menudo fallo.

3 comentarios:

  1. Anónimo6:59 p. m.

    Ya quisieran muchos tener ese "Fallo".
    Yo leí la novela estando en el bachicherado (allá en el pleistoceno medio) y pese a ser lectura obligada, me encantó.
    De mayor quiero tener los fallos de Galdós.


    Saludos de gata sobre un tejado de zinc helado

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  2. Gracias, dona móvil. Te deseo lo mejor para el periplo valenciano de tu compañía. A ver si os acercáis también a Madrid.

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  3. Anónimo4:46 p. m.

    Como siempre a la hora de comentar una obra literaria, y mas aún de Galdós, eres el mejor.
    Con respecto a los episodios nacionales, nos ha propuesto Manuel Lara como posible trabajo leernos dos episodios de Galdós, y como ya nos leímos uno, pues se remata la faena leyendonos otro, pero el caso es que no pueden ser seguidos en el tiempo nos ha dicho.
    Si puedes dime de los siguientes libros que tengo cual puedo leerme para la segunda lectura (he leído Trafalgar). Tengo los siguientes: Carlos IV( Lara me dijo que ese no porque era próximo a Trafalgar), La vuelta al mundo en la Numancia, La revolución de julio, Prim, La de los tristes destinos, De Cartago a Sagunto, Tormentas del 48, Narváez, O'Donnell, Aita Tettauen, Carlos VI en la Rápita.
    Gracias.
    PD: a ver si me termino este fin de semana el de La Busca
    saludos

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