12.2.09

Voz

Si por algo me gustó la presentación del Kindle 2, el nuevo modelo de libro electrónico de Amazon, fue porque corrió a cargo de alguien de tan poco remilgo como Stephen King y porque al día siguiente ya se había generado una nueva paradoja de la que intenta sacar tajada el sindicato de la propiedad intelectual.
Resulta que este chisme puede leer en voz alta lo que está escrito, no sé si con voz neutra de gasolinera o con la voz modulada y quebradiza de los locutores buenos. No sé si será un programa que lea o una grabación incorporada, ni si hay un programa que pueda codificar el arte de leer en público. En el primer caso, el del lector sin alma de los anuncios de la Renfe, podríamos leer buena parte del realismo cutre y del Boletín Oficial, amén de los prospectos para medicinas, pero me temo que las fábulas de Góngora iban a quedar un poco sosas. Y el segundo caso ya lleva décadas inventado.
El problema legal (la tajada que se olfatea) consiste en que hay quien está empeñado en demostrar que leer una obra literaria en voz alta es un uso indebido de los derechos de autor. Algo que, de funcionar bien, es decir, de no ser leído por un fantasma con hipo sino según las complejas modulaciones que nos hacen entenderlo todo, sería extraordinariamente regenerativo, y no porque permitiría leer cualquier cosa con los ojos cerrados, que eso ha ocurrido siempre, sino sobre todo porque dejarían de pasar por grandes obras todas aquellas que no se entienden cuando las escuchas leídas por otro. La cantidad de broza que hay que quitar para que algo se entienda de viva voz sin torturar la atención del oyente iba a dejar nuestras librerías la mar de descongestionadas.
De todas formas, el libro sigue siendo un objeto perfecto. Hace poco le hice caso al plasta de Muñoz Molina y me puse a leer el Diario de un naturalista de Charles Darwin. Es un libro de ciencia cuya bellísima prosa lleva la voz incorporada. De inmediato se te instala en el cerebro un venerable científico que te susurra los secretos de la tierra y que, al contrario de los locutores del La 2, no te produce una plácida siesta sino que te teletransporta. Igual que hay poemas que no sufren con las traducciones, hay libros como este que pueden hasta con la voz sintética de un muerto. Sus letras están vivas. No hace falta pronunciarlas en voz alta para que se adapten a cualquier oído.

Diario de Teruel, 11 de febrero de 2009

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