No sé si hay muchas anécdotas de Nietzsche tan célebres como aquella del 3 de enero de 1889, en Turín, al año siguiente de terminar el Ecce–homo y con la mente ya bastante ingrávida, cuando, según recordaría cuarenta años después Erich Podach, Nietzsche creyó que un caballo viejo estaba siendo maltratado por su cochero en una parada de coches de punto, y corrió a defenderlo, se abrazó a su cuello entre lágrimas e incluso –añaden algunos afluentes del rumor– le pidió perdón en nombre de la humanidad.
Su biógrafo Kurt Paul Janz duda de que aquello sucediese de verdad. Su argumento es una perla de la ingenuidad que puede desprender el cientifismo meticuloso cuando se trata de las obras del espíritu. “Nietzshe nunca mostró especial afinidad para con los animales”, dice Janz, “sólo usa de ‘el animal’ abstractamente, como el ser vivo cobijado en la seguridad de su instinto, frente al hombre, inseguro a causa de sus prejuicios morales y extraño de sus fundamentos naturales, al que designa como el ‘animal imperfecto’”. Por si fuera poco, Janz nos inventaría los contactos de Nietzsche con los caballos: cuando fue artillero a caballo en el servicio militar, cuando vio un cuadro en el Palazzo Brignole de Génova donde había un caballo en cuyo ojo Nietzsche veía “todo el orgullo de esta familia”, o cuando describe a Sydlitz, en otra carta, la escena de otro cochero que le niega el agua a un caballo exhausto, y la califica, citando a Diderot, como una “moralité larmoyante”, lacrimógena.
Ninguno de estos datos positivos le parece a Janz que signifique un argumento convincente para dar por buena la anécdota de Podach. Ni siquiera la sugerencia de Anacleto Varrecchia, que vincula la escena con la de Crimen y castigo, donde –cito a Janz– “Raskolnikov sueña cómo campesinos borrachos dan palos a un caballo hasta que muere, y él, dominado por la compasión, se abraza al cuello del animal muerto y lo besa”. Me sorprende la frialdad con que Janz dice eso de dominado por la compasión, como si la compasión fuera un vicio, como si también pudiera decirse, sin que sonase un poco raro, dominado por la bondad, dominado por la honestidad, etc.
La escena de Dostoievsky es impresionante. Janz dice que no hay pruebas para certificarlo, lo cual ya es una prueba de que a veces el cientifismo positivo sólo ve de cerca, o bien que cierta dosis de romanticismo puede despejar aquellas dudas que los datos no terminan de acalrar, pero yo creo que desde un punto de vista, digamos, histórico, es necesario que Nietzsche sacase la imagen de la novela de Dostoievsky, aunque no esté atestiguado que la leyera.
Y no sólo Nietzsche. La pietas franciscana es un género en sí misma. En la Vida segunda de Celano (capítulo CXXIV), se lee que Francisco “recoge del camino los gusanillos para que no los pisoteen; y manda poner a las abejas miel y el mejor vino para que en los días helados de invierno no mueran de hambre. Llama hermanos a todos los animales, si bien ama particularmente, entre todos, a los mansos.” La extrema, dolorosísima piedad que hay luego en Dostoievsky parte del mismo sentimiento. De hecho, para sentirlo, para experimentar la humana piedad y abrazarse al caballo, hay que sentirse un poco animal, desnudarse de retórica filosófica, abrir los ojos al llanto y al deslumbramiento, o bien dar rienda suelta al “sentimentalismo de su raza”, como dice Baroja del hornero Karl (un personaje a quien siempre imaginé abrazado a un caballo y llorando de piedad).
La mejor síntesis de lo que trato de decir quizá esté en el Quijote, cuando los farsantes de la Ínsula Barataria arman a Sancho contra el enemigo, y él, humillado por la broma y dolorido, se refugia junto al asno:
Vistióse, en fin, y poco a poco, porque estaba molido y no podía ir mucho a mucho, se fue a la caballeriza, siguiéndole todos los que allí se hallaban, y llegándose al rucio, le abrazó y le dio un beso de paz en la frente, y no sin lágimas en los ojos, le dijo:
–Venid vos acá, compañero mío y amigo mío, y conllevador de mis trabajos y miserias; cuando yo me avenía con vos y no tenía otros pensamientos que los que me daban los cuidados de remendar vuestros aparejos y de sustentar vuestro corpezuelo, dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasosiegos.
Estas debieron de ser, más o menos y en lengua alemana, las palabras que Nietzche dirigió al caballejo cuando se abrazó a su cuello. Dostoievsky fue la impresión, la congoja, el ataque de piedad, y Cervantes la expresión del sentimiento, la melancolía de quien abraza a un ser puro y siente la culpa de haber abandonado el territorio de la pura verdad, y sufre al tiempo que se desahoga, se angustia por la misma razón que se libera. Al abrazar a un animal uno pide perdón, no sé si en nombre de la humanidad, pero sí por sus frecuentes maltratos. El animal perfecto (preferiblemente manso) reúne la esencia de muchas de nuestras virtudes ideales: la nobleza, la transparencia, la verdad, la inocencia radical de la naturaleza. Nietzsche sintió ese desvalimiento de un superior cuando no es capaz de disfrutar de su poder sino de atormentarse con su piedad inevitable. Sancho desahoga en el rucio la compasión hacia sí mismo igual que Nietzsche desahogaría la compasión hacia su propio turbulento destino. Sentía su mente tan maltratada por la humanidad como el burro sentiría sus lomos. Le dijera lo que le dijera, Cervantes ya lo había resumido para siempre: compañero mío y amigo mío…
Gran artículo, Antonio.
ResponderEliminarHace tiempo, cuando leí ese pasaje del último tomo de la biografía de Junz y vi la comparación con el pasaje "Crimen y castigo", pensé que la famosa anécdota tenía que haber sido una invención de alguien. No podía ser casualidad la coincidencia. Además, Nietzsche fue en sí mismo un personaje de Dostoievski, de "Los Demonios" o "Los endemoniados".
Precioso
ResponderEliminarMJ
Ver, Así Habló Zaratustra, Segunda parte, de los compasivos.
ResponderEliminarTodavía Nietzsche "no había perdido a cabeza".
¿Permítese un aplauso?
ResponderEliminarBolo
A mí me sale otra traducción de "las aguas" que vierte el cochero sobre la "pobre caballería". Nietzsche estaba loco de nacimiento, pero no como para besar al jumento meado. Así se hacen poesías, novelas (T.Mann) y películas "lacrimógenas". Y así se mitifica a un psicópata.
ResponderEliminar“Ayer me imaginé una escena de moralité larmoyante con expresión de Diderot. Paisaje invernal. Un viejo cochero que mostrando el cinismo más brutal, más crudo que el invierno circundante, hace sus aguas sobre su propio caballo. El caballo, la pobre criatura maltratada, le mira agradecido, muy agradecido".
"Gestern dachte ich mir ein Bild aus von einer moralité larmoyante, mit Diderot zu reden. Winterlandschaft. Ein alter Fuhrmann, der mit dem Ausdruck des brutalsten Zynismus, härter noch als der Winter ringsherum, sein Wasser an seinem eignen Pferde abschlägt. Das Pferd, die arme geschundne Kreatur, blickt sich um, dankbar, sehr dankbar" (carta a von Seydlitz 880513).
Saludos.
Dr. Bernardo Alonso Alonso