Cuando a la fotógrafa Mª Ángeles Pérez Hernández se le pregunta qué época del arte turolense le interesa más, en esa cara de ilusión que se le pone a la gente cuando habla de lo que más le gusta surge una sonrisa de duda, un leve mirar al techo. Y no es para menos. Mª Ángeles es esa dama culta que se entusiasma con Caravaggio. Ha declarado varias veces que le fascina el maestro Sánchez Cotán, el de los bodegones austeros, el cardo pálido entre sombras negras, un detalle que para mí es síntoma suficiente de buen gusto. De modo que MªÁngeles se inspira en el barroco, y en sus puñados de tierra, en sus piedras hechas migas, en sus raíces petrificadas, en el dramatismo de lo que nadie nunca vio. Hay en efecto en esta fotógrafa un afán de ver las cosas en una realidad absoluta, dicho sea no en el sentido de total sino en el de completo, cerrado, aislado en su sentido original. Lo que las cosas son por sí mismas, miradas con el microscopio del artista.
Aunque ese barroquismo de las formas reales, vamos a llamarlo así, es el mismo que se respira en su estudio. En un espacio de techumbres inclinadas (no la inclinación de aguas fuera simplemente, sino con algo de pináculo, de elevación estética) la artista vive entre libros de arte que rompen cualquier sombra de diafanidad. Y cultiva también el coleccionismo, algo que siempre ilumina la mentalidad barroca. Coleccionar lápices, por poner un ejemplo, y exponerlos todos en una vitrina, metidos en hermosos búcaros transparentes, es como una obra conceptual sobre los infinitos modos que hay de no escribir nada. Cada lapicero seguro que determina lo que se escribe con él, aunque sea en una proporción inmensurable, o despreciable, como dicen los científicos. Da la sensación de que los viajes que emprende MªÁngeles al interior de los objetos consisten en desbrozar un selva para encontrar un templo prerromano donde se conserva, custodiada por el olvido, la sustancia de las cosas que tenemos alrededor.
Claro que si uno sabe que Mª Ángeles es oftalmóloga, tiende –y qué facil resulta- a atar más cabos de los necesarios. En la otra profesión de Mª Ángeles hay que mirar siempre lo que sirve para ver, y mirarlo de un modo en que nunca se ve. Es una profesional de la realidad oculta, y sabe que una mínima parte de la retina es un gran tapiz barroco plagado de formas hermosas.
Y sin embargo Mª Ángeles duda, y al final concede que quizá, en vez del barroco turolense, tendría que elegir el modernismo, aunque solo sea porque vive en una de las casas que Pau Monguió tiene esparcidas por la capital. (Debo decir que no sé si fue porque estábamos en un ático o porque circulaba por allí el espíritu de don Pau, el caso es que recibí bastantes descargas de electricidad estática mientras visitaba su estudio). Pero esta duda, después de charlar un rato con ella, yo creo que responde a su deseo primordial de obrar con equilibrio. Hablábamos de Teruel, y el barroco turolense tampoco es Caravaggio ni Sánchez Cotán.
En todo caso, el barroquismo de Mª Ángeles Pérez es una densidad profunda, infinitesimal, vertical, no ancha ni aparatosa ni superficial. (Con disimulo miré entre sus libros, a ver dónde estaban las obras de Borges). Y eso puede ser una inclinación natural, una cosa del carácter, o bien producto de su propia evolución estética. La veo poner fondos, cajas, cubos, aislar con luces una piedra, un palo, un hilo de arena. Con la rapidez que da el conocimiento, la fotógrafa aísla el objeto, lo enjaula en el profundo negro, procede al tratamiento de lo prescindible, lo despoja de escamas y de nubes. Busca en él. Maneja el trípode como a un muñeco articulado que se hunde en el objeto con teleobjetivos de laboratorio. Y todo ello en aras de la perfección. No es el suyo un barroco de florindangas (quizá por eso la duda modernista), sino un barroco más Zurbarán, más de la textura del habito de estameña que de las curvas ensangrentadas que oculta, más del trigo mínimo, espiga por espiga, que de los amplios paisajes a brochazos.
Mª Ángeles no sólo habla de cuadros para ilustrar sus gustos fotográficos. Nombra también a quienes admira, a Isabel Muñoz, a Joan Fontcuberta, a Chema Madoz, pero lo hace un poco como si fueran referentes del oficio, no de la aspiración. Es más, declara abiertamente que ella llegó a la fotografía por la pintura, y que su punto de vista es esencialmente pictórico, algo que la libra de ese mal necesario de la fotografía contemporánea: la ocurrencia. No hay ocurrencias en la fotografía de Mª Ángeles Pérez. La ocurrencia es algo previo, difuso, demasiado grande, y luego viene la escrupulosidad estética, el camino de perfección. A lo mejor no era ni el pararrayos que –supuse- tendríamos sobre nuestras cabezas en tarde de tormenta ni el fantasma de Pau Monguió, que sigue quejándose de las cristaleras que le han cascado en la fachada, sino acaso el espíritu del cardo severo lo que me erizaba el vello de vez en cuando y sin venir a cuento. Pero Sánchez Cotán en los ojos de Mª Ángeles conserva siempre un temperatura muy agradable, un aire de sosiego, una especie de calefacción espiritual, viva y tranquila, eléctrica y estática.
Bien por ti y...por ella.
ResponderEliminarCuando la mirada del otro ilumina la tuya, deja un sabor a certeza.
ResponderEliminarAsí es.
Hay poca gente que me haya influido en el ejercicio de mis aficiones, no por que haya tenido muy claras las cosas sino porque soy muy bruto y hace falta mucho para atravesar el hueso y llegar a la molla. El primero fue Sanchís, el valenciano que dibujaba Pumby; más tarde Jack Kirby, el dibujante de Los Cuatro Fantásticos, pero en fotografía he sido todavía más espeso; la fotografía era un papel blanco en el que se hacían surgir las sombras en el proceso de revelado. Acostumbrado a usar el negro sobre el blanco tuve que ver una exposición de Mª Ángeles con textos fantásticos de Chesca para darme cuenta, y desde entonces ver la fotografía de otra manera, de que en fotografía se pinta con luz no con sombras: el papel es la oscuridad la tinta es el sol.
ResponderEliminarSiempre agradeceré aquella tarde en que me dejé caer por la exposición "Corazonaria" hace ya algunos años y ví que las luces en sus fotos era como pequeños escalpelitos que quitaban todo lo que le sobraba a la tiniebla y la llenaban de color y de sentido.
JCarlos Navarro
fotografía magnífica la elegida por Castellote para ilustrar el especial texto dedicado a Mª Ángeles.
ResponderEliminar¡Cómo da riqueza a los empobrecidos óxidos con el brillante tratamiento de la luz natural sobre las formas!
¡Cómo devuelve la vida con su objetivo a los objetos!
¡Cómo extrae el color de la miseria!
¡Cómo coloca los elementos formales de la fotografía para que pareciendo azarosos, sean totalmente meditados, construyendo una a una las palabras de su poema visual!
Seguramente verá, escuchará, olerá, tocará y saboreará todo lo que a su alcance, existe sobre fotografía.
Pero, la sensibilidad y el buen hacer son innatos.
IM PRESIONANTE
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